lunes, 4 de mayo de 2015

CAP 06 - RESPIRA


El aire me faltaba, probablemente moriría asfixiada en lugar de ahogada, pero no aguanté más y abrí la boca, mi cuerpo se arrastraba rio abajo, mientras mis entrañas se llenaban más y más de agua, ya no pensaba en nada, y eso solo significaba que llegaba el fin, lo curioso es que nunca vi mi vida pasar frente a mis ojos, ningún recuerdo llegó, no sentía nada en el cuerpo pero mi mente estaba a punto de apagarse para siempre… Respira, me decía constantemente, pero ya no podía hacerlo – Respira – volví a oír en mi cabeza, pero ya las fuerzas no me daban… Respira… pero ya era muy tarde.

Debes respirar, sólo respira – seguía escuchando en mi cabeza, no podía creer que aún estaba consciente, que complicado es morirse – pensaba yo – Respira, solo respira, pero ¿Cómo podría respirar? No me quedaba nada de aire y aún seguía pensando bajo el agua.
A ciegas cruzando entre el miedo y la pena, Sola de fe, golpeas la pared, arañas el mantel, temblando como un barco de papel…

Mis pulmones comenzaron a detenerse al compactarse con aire comprimido y agua que había entrado, la vida se me estaba yendo, creo que fueron unos pocos minutos, pero sentía una eternidad allí bajo el agua, por más que forcejeaba no lograba salir a la superficie, nunca fui buena nadadora y creo que tampoco lo seré, algo me golpeó el hombro, sentí miles de punzadas en el cuerpo, intenté relajarme pero era inútil, la corriente me seguía llevando, todo comenzó a ponerse borroso y solo pasó por mi mente una frase: Este es el fin.
Respira ¡Vamos respira! – decía una voz – No te vayas, ¡respira!
Un dolor volvió a mi cuerpo y mi visión se hizo más clara, sentí como si un lote de clavos y tuercas estuviese atravesando mi garganta, mis ojos se abrieron completamente y pude notar que seguía con vida o que volví a vivir, en ese instante no supe si estaba alucinando o no, pues un joven de tez blanca y con una barba de tres días estaba levantándome, mientras me aplicaba el RCP que se veía en las pelis.
-      ¿Estoy viva? – balbuceé
-      Claro que si – respondió el joven sonriente.
Yo no opinaba lo mismo, solo caí en llanto, pero no eran lágrimas de alegría, sino de dolor, de pena, de desolación. Él me miraba extrañado.
Te veo, entiendo que estás bajo cero, cerca de ti, me quedo sin hablar…
-      Iremos a un hospital – dijo.
-      No, por favor no – le supliqué.
-      Debes ir, estás muy pálida, has tragado agua, necesitas atención médica.
-      Te lo ruego, no me lleves a un hospital, no podría… no preguntes, solo vete, gracias por todo pero ya…
-      ¿No pensarás que te voy a dejar aquí?
-      Eso quiero… yo…
-      Te escucho sin juzgar y trato de ayudarte a respirar
-      Estaré bien, gracias de nuevo – le respondí.
-      No me agradezcas aún, te pondré a salvo, estás congelándote, necesitas al menos ropa seca.
-      ¡No pienso ir a tu casa! – le dije en un tono firme y regio – si esa es tu intención prefiero quedarme aquí.
El me miró curiosamente, sus ojos parecían castaños pero con la luz del sol se veían color miel, no sé si fueron ideas mías pero juraría que había leído mis pensamientos, que se imaginaba por lo que había pasado y que mi caída al rio no fue accidental, su mirada me hacía sentir tranquila, pero ya no podía confiar en nadie.
-      De acuerdo – respondió – pero a una iglesia no te rehusarás ¿verdad?
Me agarró desprevenida, de todos los sitios que pensé que podría llevarme, jamás imaginé a una iglesia, solo asentí con la cabeza.
Yo sé cuánto cansa sufrir, descansa mi amor…
-      ¿No me vas a decir tu nombre? – me preguntó en el camino.
-      No necesitas saberlo.
-      De acuerdo, aunque ya nos besamos así que técnicamente…
-      Nunca te he besado – le interrumpí, él sonreía.
-      Nuestros labios se tocaron y creo que hubo algo de lengua ¿Cómo le llamas a eso? – decía sarcásticamente.

        No pude evitar reírme. Realmente me hizo gracia.
-      Eso era respiración boca a boca, o como se llame – le recalqué.
-      Sonreíste ¿ves? Te ves muy linda cuando lo haces.

        Me parece que me sonrojé, porque él me miró y de inmediato cambió el tema.
-      Me llamo Fernando, por cierto, mucho gusto.
-      Igual.
-      No eres de aquí ¿cierto?

No sabía en qué lugar estaba, no sé cuántos kilómetros me arrastró ese rio, si seguía al menos en la misma región, o el mismo estado.
-      Vivía cerca de aquí – respondí – pero ya no regresaré, ya no tengo familia.
-      Lo siento mucho, no quise…
-      Descuida.
Llegamos a una iglesia tal como lo dijo, pero era algo sencilla creo que era evangélica porque no tenía ninguna cruz en su fachada ni campanario, me dio algo de temor entrar allí, no me sentía digna pero Fernando abrió solo una compuerta de al lado que daba a un pasillo y varias habitaciones.
-      Te puedes quedar esta noche aquí – me dijo él mientras encendía la luz de la habitación – hay un baño con toallas limpias y si necesitas algo, solo búscame a cinco puertas de aquí.
-      ¿Vives aquí? ¿en una iglesia? – le pregunté confundida.
El solo sonreía.
-      Que tengas buenas noches – contestó antes de cerrar la puerta.
Apenas cerró, verifiqué que no estuviese con pasador ni nada, luego se lo pasé, si estaba encerrada era porque así lo había decidido yo, me duché de prisa y me acosté, continuaba pensando ¿Por qué seguía con vida? ¿Qué sentido tenia hacerlo? ¿Qué tan confiable era ese tal Fernando? Al menos tenia donde pasar la noche pero ¿y mañana?
Me sentí impotente de nuevo, con ganas de gritar y arrancarme el alma y dejar de sufrir, esas supuestas formas de superación que dicen los libros son puras farsas, la vida real no es así, mi vida no fue así.
Respira, aguanta un segundo y respira, cierra los ojos y mira… Mientras te duela, respira conmigo el dolor…
¿Cómo contener esta amargura que seguía corrompiendo mi ser? ¿Cómo detener el desgarre de algo que no puedes ver ni tocar? Necesitaba pensar en claro. Esa noche recuerdo que casi ni dormí, había intentado quitarme la vida y por alguna extraña razón estaba de nuevo aquí entre los vivos, no quería volver a sufrir, no quería recordar más lo que había pasado, entonces ¿Por qué me daban otra oportunidad? ¿Para hacer qué?

Mañana si el juego te sirve otra carta, una mejor, sé que voy a estar ahí para apostar por ti y celebrar que quieres ser feliz… las cartas que tenía no eran las mejores y sin lugar a dudas estaba perdiendo esta partida, pero debía apostar por más ¿Se puede aprender a sufrir? De ser así yo ya tendría una maestría, pero no, no era el caso, solo una bocanada de aire y estaba como nueva, por eso, mi amor: Respira.
Esa noche no pude conciliar el sueño, sentía que iba a explotar, estaba amaneciendo y aun seguía despierta, pensando y pensando hasta que tomé una decisión: hablaría seriamente con Fernando, el último lugar en que quería estar en ese momento era en una iglesia y tenía que hacérselo saber, apenas se hizo de día, salí del cuarto a buscarle, en el pasillo conté cinco puertas después pero… habían puertas en ambos lados del pasillo ¿Cuál era la correcta? No me atrevía a molestar si tocaba una por equivocación, por lo que me regresé, y un niño de unos doce años de edad salía de una de esas puertas.
-      Buenos días – me saludó – ¿Buscas a alguien?
-      Buenos días, Si, busco a Fernando.
-      Debe haber ido al hospital.
      Un escalofrío recorrió mi cuerpo breve e intensamente al escucharle decir eso.
-      ¿Le pasó algo? – pregunté sobresaltada.
-      No, nada – respondió el muchacho – él trabaja allá, queda a cinco cuadras de aquí, puedes irte caminando si quieres, sino en la esquina pasa el autobús que te deja al frente.
-      Iré caminando gracias – no tenía dinero ni nada, de pronto recordé mi escondite secreto de aquel hotel abandonado, si nadie lo había descubierto aun tendría allí mis ahorros.
Cada vez que me venía a la mente algún recuerdo de esos, respiraba profundamente y cerraba los ojos, aguanta un segundo y respira, cierra los ojos y mira… era la única manera de no perder la razón y de no explotar por la ira… muerde la rabia y respira…

Llegué al hospital, pregunté por el Dr. Fernando, pero allí solo se conocían por apellidos y pues… no sabía su apellido, también ignoraba si era doctor o trabajaba en otro departamento, tal vez era enfermero, tenía cara de enfermero pero también podría ser conserje o vigilante, estaba en una encrucijada, debí preguntarle a aquel niño la ubicación exacta donde trabajaba Fernando. Mientras caminaba en algunos pasillos tratando de divisarle, pude notar varios pacientes en la sala de espera, unos más tensos que otros, uno de ellos llevaba la cabeza vendada, otro tenía una mano ensangrentada envuelta en un trapo y sin embargo no se quejaba, pude notar en su mirada que estaba agonizando pero ni una palabra de dolor expresaba, de pronto una voz me hizo girar hacia el otro lado, una señora de avanzada edad venia en silla de ruedas.
-      Curioso ¿verdad? – me dijo de la manera más confiada.
-      ¿Perdón?
-      Curioso que a los menos necesitados de atención médica son los primeros que dejan pasar.
-      No señora, si se refiere a mi yo no…
-      No me refiero a ti hija, sino a mi.
-      Disculpe, pero no la estoy entendiendo.
-      La vida a veces no es justa… la vida…
-      De eso tengo la certeza mi doña.
-      Vi nacer a mi hija en este hospital, y precisamente aquí mismo la acabo de ver morir, curioso ¿verdad?
-      Como lo siento señora, no sabía que usted… mis condolencias
-      No te preocupes hija, nunca la conociste, además tenía una vida indigna y de mala reputación, tarde o temprano le pasaría factura, siempre le aconsejé que se alejara de ese mundo pero nunca me escuchó y mira, ahora la veo irse… ¡ya llegó mi nieto! hasta luego hija, espero te arreglen el corazón.
Simplemente me quedé boquiabierta, no sé si por su extrema confianza que tuvo hacia mí al contarme sus pesares, o si no estaba en sus cabales y me confundió con alguien, o quizás por el hecho que haya adivinado que mi corazón necesitaba un arreglo urgente.
Hoy sólo hay velas caídas, mientras te duela, respira conmigo el dolor…
Quise buscarla de nuevo con la mirada pero ya se había perdido entre los pasillos, ella sin saberlo había encendido en mí una esperanza, me había hecho reflexionar y nunca pude darle las gracias por eso.

Respirar profundamente era la clave, la delgada línea entre perder la razón y conservar la cordura era esa, tan solo respirar muy lento, pero dolía más por dentro, cada respiración se sentía como una punzada penetrante en tu interior, y no era físico, sino emocional, y eso era mucho peor, no podía seguir así, no más, si mi vida estaba de nuevo empezando ¿Por qué continuaba aferrándome al pasado? La rabia y el rencor seguían apoderándose de mi mente, mi corazón no había sanado, y tal como esa mujer dijo sin querer, tal vez sin saber: necesitaba arreglarse; y entonces rompí en llanto, intenté disimular pero no pude, me alejé a un salón donde poca gente había, allí lloraba desesperadamente, imagino que los presentes pensaron que acababa de perder a un ser querido, una mujer se me acercó y simplemente me abrazó y… fue mucho peor, mis lágrimas salieron con más fuerza al sentir su abrazo.
Llora hasta las lágrimas, suelta hasta la última, baja hasta el fin que de allí no pasarás…
Liberé el estrés, la ira, el orgullo y el dolor que sentía dentro, todo al mismo tiempo, mientras abrazaba a una completa extraña, y de pronto, como para complicar más las cosas, o tal vez acomodarlas (depende del punto de vista con que lo veas) apareció Fernando… no pronunció palabra alguna, simplemente me abrazó también, no quería que él me viese llorar pero ya era inevitable.
No me moveré de aquí, yo no dejaré que te ahogues en el mar. Si aún puedes respirar, respira… respira… respira.
-      Vamos a casa – me susurró y me dio un beso en la frente.
Caminamos el recorrido de regreso en completo silencio, de vez en cuando se me salía un sollozo y él simplemente me tomaba la mano y me apretaba fuertemente.
-      Me llamo Ernestina – dije rompiendo el silencio que se tornaba un tanto incómodo.
-      Mucho gusto Ernestina, soy Fernando.
-      Ya lo sé – dije con una sonrisa.
-      Volviste a sonreír, me gusta verte sonriendo.

De alguna forma me hacía sentir bien, su compañía me agradaba, pero aun no me sentía segura en ese lugar ¿Qué cómo estaba yo? nada bien, aunque honestamente ni yo misma sabia como estaba, solo que mi vida comenzaba a cambiar.


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