El aire me faltaba,
probablemente moriría asfixiada en lugar de ahogada, pero no aguanté más y abrí
la boca, mi cuerpo se arrastraba rio abajo, mientras mis entrañas se llenaban
más y más de agua, ya no pensaba en nada, y eso solo significaba que llegaba el
fin, lo curioso es que nunca vi mi vida pasar frente a mis ojos, ningún
recuerdo llegó, no sentía nada en el cuerpo pero mi mente estaba a punto de
apagarse para siempre… Respira, me decía constantemente, pero ya no podía
hacerlo – Respira – volví a oír en mi cabeza, pero ya las fuerzas no me daban…
Respira… pero ya era muy tarde.
Debes respirar, sólo
respira – seguía escuchando en mi cabeza, no podía creer que aún estaba consciente,
que complicado es morirse – pensaba yo – Respira, solo respira, pero ¿Cómo
podría respirar? No me quedaba nada de aire y aún seguía pensando bajo el agua.
A
ciegas cruzando entre el miedo y la pena, Sola de fe, golpeas la pared, arañas
el mantel, temblando como un barco de papel…
Mis
pulmones comenzaron a detenerse al compactarse con aire comprimido y agua que
había entrado, la vida se me estaba yendo, creo que fueron unos pocos minutos,
pero sentía una eternidad allí bajo el agua, por más que forcejeaba no lograba
salir a la superficie, nunca fui buena nadadora y creo que tampoco lo seré,
algo me golpeó el hombro, sentí miles de punzadas en el cuerpo, intenté
relajarme pero era inútil, la corriente me seguía llevando, todo comenzó a
ponerse borroso y solo pasó por mi mente una frase: Este es el fin.
Respira ¡Vamos
respira! – decía una voz – No te vayas, ¡respira!
Un dolor volvió a mi
cuerpo y mi visión se hizo más clara, sentí como si un lote de clavos y tuercas
estuviese atravesando mi garganta, mis ojos se abrieron completamente y pude
notar que seguía con vida o que volví a vivir, en ese instante no supe si
estaba alucinando o no, pues un joven de tez blanca y con una barba de tres
días estaba levantándome, mientras me aplicaba el RCP que se veía en las pelis.
- ¿Estoy viva? – balbuceé
- Claro que si – respondió el joven sonriente.
Yo no opinaba lo
mismo, solo caí en llanto, pero no eran lágrimas de alegría, sino de dolor, de
pena, de desolación. Él me miraba extrañado.
Te
veo, entiendo que estás bajo cero, cerca de ti, me quedo sin hablar…
- Iremos a un hospital – dijo.
- No, por favor no – le supliqué.
- Debes ir, estás muy pálida, has tragado agua,
necesitas atención médica.
- Te lo ruego, no me lleves a un hospital, no
podría… no preguntes, solo vete, gracias por todo pero ya…
- ¿No pensarás que te voy a dejar aquí?
- Eso quiero… yo…
- Te escucho sin juzgar y trato de ayudarte a
respirar…
- Estaré bien,
gracias de nuevo – le respondí.
- No me agradezcas aún, te pondré a salvo, estás
congelándote, necesitas al menos ropa seca.
- ¡No pienso ir a tu casa! – le dije en un tono
firme y regio – si esa es tu intención prefiero quedarme aquí.
El me miró
curiosamente, sus ojos parecían castaños pero con la luz del sol se veían color
miel, no sé si fueron ideas mías pero juraría que había leído mis pensamientos,
que se imaginaba por lo que había pasado y que mi caída al rio no fue
accidental, su mirada me hacía sentir tranquila, pero ya no podía confiar en
nadie.
- De acuerdo – respondió – pero a una iglesia no te
rehusarás ¿verdad?
Me agarró
desprevenida, de todos los sitios que pensé que podría llevarme, jamás imaginé
a una iglesia, solo asentí con la cabeza.
Yo sé
cuánto cansa sufrir, descansa mi amor…
- ¿No me vas a decir tu nombre? – me preguntó en el
camino.
- No necesitas saberlo.
- De acuerdo, aunque ya nos besamos así que
técnicamente…
- Nunca te he besado – le interrumpí, él sonreía.
- Nuestros labios se tocaron y creo que hubo algo de
lengua ¿Cómo le llamas a eso? – decía sarcásticamente.
No pude evitar reírme. Realmente me
hizo gracia.
- Eso era respiración boca a boca, o como se llame –
le recalqué.
- Sonreíste ¿ves? Te ves muy linda cuando lo haces.
Me parece que me sonrojé, porque él me
miró y de inmediato cambió el tema.
- Me llamo Fernando, por cierto, mucho gusto.
- Igual.
- No eres de aquí ¿cierto?
No sabía en qué lugar
estaba, no sé cuántos kilómetros me arrastró ese rio, si seguía al menos en la
misma región, o el mismo estado.
- Vivía cerca de aquí – respondí – pero ya no
regresaré, ya no tengo familia.
- Lo siento mucho, no quise…
- Descuida.
Llegamos a una
iglesia tal como lo dijo, pero era algo sencilla creo que era evangélica porque
no tenía ninguna cruz en su fachada ni campanario, me dio algo de temor entrar
allí, no me sentía digna pero Fernando abrió solo una compuerta de al lado que
daba a un pasillo y varias habitaciones.
- Te puedes quedar esta noche aquí – me dijo él
mientras encendía la luz de la habitación – hay un baño con toallas limpias y
si necesitas algo, solo búscame a cinco puertas de aquí.
- ¿Vives aquí? ¿en una iglesia? – le pregunté
confundida.
El solo sonreía.
- Que tengas buenas noches – contestó antes de
cerrar la puerta.
Apenas cerró,
verifiqué que no estuviese con pasador ni nada, luego se lo pasé, si estaba
encerrada era porque así lo había decidido yo, me duché de prisa y me acosté,
continuaba pensando ¿Por qué seguía con vida? ¿Qué sentido tenia hacerlo? ¿Qué
tan confiable era ese tal Fernando? Al menos tenia donde pasar la noche pero ¿y
mañana?
Me sentí impotente de
nuevo, con ganas de gritar y arrancarme el alma y dejar de sufrir, esas
supuestas formas de superación que dicen los libros son puras farsas, la vida
real no es así, mi vida no fue así.
Respira,
aguanta un segundo y respira, cierra los ojos y mira… Mientras te duela,
respira conmigo el dolor…
¿Cómo
contener esta amargura que seguía corrompiendo mi ser? ¿Cómo detener el
desgarre de algo que no puedes ver ni tocar? Necesitaba pensar en claro. Esa
noche recuerdo que casi ni dormí, había intentado quitarme la vida y por alguna
extraña razón estaba de nuevo aquí entre los vivos, no quería volver a sufrir,
no quería recordar más lo que había pasado, entonces ¿Por qué me daban otra
oportunidad? ¿Para hacer qué?
Mañana
si el juego te sirve otra carta, una mejor, sé que voy a estar ahí para apostar
por ti y celebrar que quieres ser feliz… las cartas que tenía no eran las mejores y sin lugar a dudas estaba
perdiendo esta partida, pero debía apostar por más ¿Se puede aprender a sufrir? De
ser así yo ya tendría una maestría, pero no, no era el caso, solo una bocanada
de aire y estaba como nueva, por eso, mi amor: Respira.
Esa noche no
pude conciliar el sueño, sentía que iba a explotar, estaba amaneciendo y aun
seguía despierta, pensando y pensando hasta que tomé una decisión: hablaría
seriamente con Fernando, el último lugar en que quería estar en ese momento era
en una iglesia y tenía que hacérselo saber, apenas se hizo de día, salí del
cuarto a buscarle, en el pasillo conté cinco puertas después pero… habían
puertas en ambos lados del pasillo ¿Cuál era la correcta? No me atrevía a
molestar si tocaba una por equivocación, por lo que me regresé, y un niño de
unos doce años de edad salía de una de esas puertas.
- Buenos días – me saludó – ¿Buscas a alguien?
- Buenos días, Si, busco a Fernando.
- Debe haber ido al hospital.
Un
escalofrío recorrió mi cuerpo breve e intensamente al escucharle decir eso.
- ¿Le pasó algo? – pregunté sobresaltada.
- No, nada – respondió el muchacho – él trabaja
allá, queda a cinco cuadras de aquí, puedes irte caminando si quieres, sino en
la esquina pasa el autobús que te deja al frente.
- Iré caminando gracias – no tenía dinero ni nada, de
pronto recordé mi escondite secreto de aquel hotel abandonado, si nadie lo
había descubierto aun tendría allí mis ahorros.
Cada vez que me venía
a la mente algún recuerdo de esos, respiraba profundamente y cerraba los ojos, aguanta un segundo y respira, cierra los ojos y
mira… era la única manera de
no perder la razón y de no explotar por la ira… muerde la rabia y respira…
Llegué al
hospital, pregunté por el Dr. Fernando, pero allí solo se conocían por apellidos
y pues… no sabía su apellido, también ignoraba si era doctor o trabajaba en
otro departamento, tal vez era enfermero, tenía cara de enfermero pero también
podría ser conserje o vigilante, estaba en una encrucijada, debí preguntarle a
aquel niño la ubicación exacta donde trabajaba Fernando. Mientras caminaba en
algunos pasillos tratando de divisarle, pude notar varios pacientes en la sala
de espera, unos más tensos que otros, uno de ellos llevaba la cabeza vendada,
otro tenía una mano ensangrentada envuelta en un trapo y sin embargo no se
quejaba, pude notar en su mirada que estaba agonizando pero ni una palabra de
dolor expresaba, de pronto una voz me hizo girar hacia el otro lado, una señora
de avanzada edad venia en silla de ruedas.
- Curioso ¿verdad? – me dijo de la manera más confiada.
- ¿Perdón?
- Curioso que a los menos necesitados de atención
médica son los primeros que dejan pasar.
- No señora, si se refiere a mi yo no…
- No me refiero a ti hija, sino a mi.
- Disculpe, pero no la estoy entendiendo.
- La vida a veces no es justa… la vida…
- De eso tengo la certeza mi doña.
- Vi nacer a mi hija en este hospital, y precisamente
aquí mismo la acabo de ver morir, curioso ¿verdad?
- Como lo siento señora, no sabía que usted… mis
condolencias
- No te preocupes hija, nunca la conociste, además
tenía una vida indigna y de mala reputación, tarde o temprano le pasaría
factura, siempre le aconsejé que se alejara de ese mundo pero nunca me escuchó
y mira, ahora la veo irse… ¡ya llegó mi nieto! hasta luego hija, espero te
arreglen el corazón.
Simplemente me quedé
boquiabierta, no sé si por su extrema confianza que tuvo hacia mí al contarme sus
pesares, o si no estaba en sus cabales y me confundió con alguien, o quizás por
el hecho que haya adivinado que mi corazón necesitaba un arreglo urgente.
Hoy
sólo hay velas caídas, mientras te duela, respira conmigo el dolor…
Quise
buscarla de nuevo con la mirada pero ya se había perdido entre los pasillos, ella
sin saberlo había encendido en mí una esperanza, me había hecho reflexionar y
nunca pude darle las gracias por eso.
Respirar
profundamente era la clave, la delgada línea entre perder la razón y conservar
la cordura era esa, tan solo respirar muy lento, pero dolía más por dentro,
cada respiración se sentía como una punzada penetrante en tu interior, y no era
físico, sino emocional, y eso era mucho peor, no podía seguir así, no más, si
mi vida estaba de nuevo empezando ¿Por qué continuaba aferrándome al pasado? La
rabia y el rencor seguían apoderándose de mi mente, mi corazón no había sanado,
y tal como esa mujer dijo sin querer, tal vez sin saber: necesitaba arreglarse;
y entonces rompí en llanto, intenté disimular pero no pude, me alejé a un salón
donde poca gente había, allí lloraba desesperadamente, imagino que los
presentes pensaron que acababa de perder a un ser querido, una mujer se me
acercó y simplemente me abrazó y… fue mucho peor, mis lágrimas salieron con más
fuerza al sentir su abrazo.
Llora
hasta las lágrimas, suelta hasta la última, baja hasta el fin que de allí no
pasarás…
Liberé el
estrés, la ira, el orgullo y el dolor que sentía dentro, todo al mismo tiempo,
mientras abrazaba a una completa extraña, y de pronto, como para complicar más
las cosas, o tal vez acomodarlas (depende
del punto de vista con que lo veas) apareció Fernando… no pronunció palabra
alguna, simplemente me abrazó también, no quería que él me viese llorar pero ya
era inevitable.
No me
moveré de aquí, yo no dejaré que te ahogues en el mar. Si aún puedes respirar,
respira… respira… respira.
- Vamos a casa – me susurró y me dio un beso en la
frente.
Caminamos el
recorrido de regreso en completo silencio, de vez en cuando se me salía un
sollozo y él simplemente me tomaba la mano y me apretaba fuertemente.
- Me llamo Ernestina – dije rompiendo el silencio
que se tornaba un tanto incómodo.
- Mucho gusto Ernestina, soy Fernando.
- Ya lo sé – dije con una sonrisa.
- Volviste a sonreír, me gusta verte sonriendo.
De alguna forma me
hacía sentir bien, su compañía me agradaba, pero aun no me sentía segura en ese
lugar ¿Qué cómo estaba yo? nada bien, aunque honestamente ni yo misma sabia
como estaba, solo que mi vida comenzaba a cambiar.
...
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