Aproveché esos
instantes en que estaba a solas con Fernando, para contarle mi historia, o al
menos la parte que necesitaba saber antes de darme hospedaje, por lo que me
armé de valor y se lo solté de un golpe.
- Hay cosas que aún no sabes de mi – le dije – y
creo que necesitas saberlas.
Detuvo sus pasos y me
miró con extrañeza.
- Bien – fue lo único que pronunció – te escucho.
De pronto me quedé
con la mente en blanco, las palabras no me salían, me sentía cohibida,
intimidada, vulnerable y débil ¿Qué me estaba pasando? Él me miraba con una
expresión de ansiedad esperando mi respuesta, pero me bloqueé, al menos mis
labios lo hicieron ya que por mi mente pasaban un montón de cosas, quería
decirle que vivía en las calles, que fui violada un par de veces, que robaba constantemente
en la calle y en casas, no tenía otro modo de sobrevivir en estos dos últimos
años hasta que encontré empleo en una estación de tren y aunque obviamente estaba
en otra ciudad donde nadie me conocía, sentía la necesidad de decírselo pero….
Simplemente no pude hacerlo.
- He hecho muchas cosas en el pasado – comencé
diciendo – cosas de las que no estoy orgullosa y… pues… me gustaría ser honesta
contigo antes de darme posada, yo…
- No tienes que decirme nada – me interrumpió –
realmente no me importa tu pasado.
- ¡Oh vamos! no digas eso ¿y si fuese una asesina en
serie que está huyendo?
- ¿Lo eres?
- Si así fuera no te lo diría ¿no crees?
- Entonces no lo eres.
- Fernando deja de jugar, estoy hablando en serio.
- También yo – respondió con firmeza – aunque fueses
una asesina igual te daría posada porque sé que en este momento la necesitas.
Nuevamente me quedé sin palabras.
Me quedé pensando en
la plática mientras estaba en mi habitación, no puede haber alguien que sea tan
confianzudo como él ¿Cómo no le va a importar los antecedentes de un extraño?
Comenzaba a dudar de su idiosincrasia, de pronto tocaron a mi puerta.
- Soy yo, quiero hablar contigo – decía la voz de
afuera, era Fernando.
Por mi mente
comenzaron a circular cientos de cosas, un aire escalofriante recorrió mi
cuerpo y por un instante sentí que estaba en una celda fría y oscura esperando
la hora de la sentencia.
- Me gustaría que fueras a un lugar, claro, si lo
deseas – su voz era firme pero su tono muy apacible.
- ¿Qué lugar?
- Uno donde tengas más ayuda y puedas expresar…
- Rehabilitación ¿verdad? No soy adicta – interrumpí.
- No dije eso, no quise decir…
- …
- Solo quiero ayudarte, sé que tienes algo que contar
y no quieres hacerlo conmigo, eso está bien, tal vez con alguien más experto en
el tema puedas hacerlo.
- ¿Qué te hace pensar que si no te lo digo a ti, que
te tengo algo de confianza, lo voy a hacer con un desconocido? – le dije
furiosa.
- Mmmm
- ¿Qué? – le repliqué a la defensiva
- Algo de confianza – respondió casi en un susurro –
al menos hay algo.
- No me malinterpretes, me refiero a que…
- Sé a lo que te refieres, por eso quiero que vayas
¿lo harías? No tienes que hacerlo todos los días, pero al menos ve una vez.
- Olvídalo, si no me quieres aquí, solo dilo.
- No, no quiero que te marches, simplemente…
- Entonces no tenemos más que hablar, hasta luego –
dije mientras cerraba con fuerza la puerta en su cara.
Pasaron algunos días
donde solo intercambiábamos pocas palabras, hasta que una ocasión le dije que
deseaba ir a ese lugar, después de todo necesitaba hablar con alguien y si no
podía hacerlo con él por incomodidad, entonces lo haría con alguien que pudiese
ayudarme o al menos escucharme.
Fue entonces cuando
llegué, por medio de una dirección que el mismo Fernando me dio, al salón de un
edificio algo desaliñado pero muy acogedor, la sesión había comenzado, parecía
un grupo de apoyo.
- Buenos días, adelante – me recibió una amable
mujer, de ojos saltones y gafas de pasta plana, vestía un chal de gabardina con
una falda hindú – siéntate donde gustes.
Había varias personas
sentadas en círculo y un par de sillas vacías, no sé si esperaban ser ocupadas
o simplemente estaban dispuestas allí para visitas inesperadas como yo; eran seis
personas, siete conmigo: una joven como de veinte años con cara de drogadicta
que se veía a leguas, vestía de negro incluyendo su maquillaje; un hombre
moreno de unos treinta años con un tic en las manos y piernas que no podía
tenerlas quieta, supongo que sufría de ansiedad, tenía unos jeans y una camisa
de cuadros más un sombrero ridículo de vaquero pero hecho de estambre; también había
dos mujeres más que no les presté mucha atención en ese momento, más un muchacho
que se veía muy afeminado; la mujer que me había recibido, que supuse era la
que dirigía el grupo ya que hacia preguntas y dinámicas, y yo… éramos los siete
que estábamos en ese momento.
- Mi nombre es Valentina – dijo la mujer que dirigía
el grupo – antes que llegaras, Samuel nos contaba su experiencia – se dirigió
esta vez a mí – puedes escuchar y si quieres compartir algo solo levanta la
mano y se te dará el sombrero.
- ¿Qué sombrero?
- El sombrero de la palabra – respondió calmadamente
– únicamente aquel que tenga el sombrero puede hablar sin ser interrumpido.
- Pero fui interrumpido – mencionó el hombre moreno
del sombrero.
- No fue intencional, la joven no conocía las
reglas, ahora ya las sabe.
Me acomodé en la
silla de manera incómoda.
- Puedes continuar Samuel – dijo Valentina.
Él simplemente se
ajustó ese tonto sombrero y se dispuso a seguir hablando.
- Yo vengo de cualquier lugar, de mil errores atrás,
de ese cansancio que nos da ser fugitivos y vagar, de seguir día a día la misma rutina sin atreverme a
cambiar, vengo cansado ya de tener el mismo empleo por más de diez años, empleo
que aun detesto como el primer día, mi mujer me dejó por lo mismo y ahora no le
encuentro sentido a mi vida, el peso se me ha incrementado en mis hombros.
Y de pronto, como si
leyera mi mente, como si supiera que tampoco le encontraba sentido a mi vida,
me miró fijamente y antes que pudiese reaccionar me preguntó: ¿Tú cómo estás?
- ¿Yo? Bien, algo así – respondí casi
instantáneamente, ni yo misma lo creía.
- No puedes preguntarle eso – intervino Valentina –
no en su primer día, recuérdalo Samuel.
- ¿De qué están hablando? – mi confusión era mayor.
- Verás… – me miraba fijamente haciendo una expresión
con su rostro.
- ¡Es cierto! – exclamé – no me he presentado, soy
Ernestina.
A nadie pareció
importarle, excepto a Valentina que siguió hablando.
- Verás Ernestina, aquí tenemos la costumbre que si
alguien está contando algo de su vida anterior y le pregunta a otra persona ¿Tú
cómo estás? Esa persona también debería compartir algo de su vida tenga
o no el sombrero de la palabra.
- Preferiría no hacerlo – dije lo más sincera
posible.
- Pero son las reglas – intervino el chico
afeminado.
- Aquí no obligamos a nadie – respondió ella.
- Yo lo haré – esta vez era la mujer vestida de
negro – pido el sombrero.
- Adelante Crisol – dijo Valentina – tienes la
palabra.
Se lo colocó y comenzó a hablar:
- Me pasé mi juventud en la calle, a pesar de tener
familia y escuela, nunca asistía y me iba a fumar con los amigos, no soy muy
diferente a ti Samuel, Yo
como tú con las heridas de tantos años de jugar por los rincones a escondidas
con mis instintos de maldad, buscando problemas y creando nuevos más, el vicio me consumía y pasaba más
tiempo en rehabilitación que en mi propia casa, pero realmente no quería estar
en mi casa, prefería cualquier otro lugar aunque fuesen las calles, el ambiente
de mi hogar no era precisamente tan…
Ella seguía hablando
pero yo dejé de prestarle atención, porque mi mente se despegó en ese instante y
comencé a recordar cuando viví con mis tíos, luego que mi padre me dejara,
también se tornó un ambiente catastrófico en el cual no pude aguantar más, y
por eso la entendía perfectamente, cualquier otro lugar era mejor.
- ¿Tú cómo estás? – me miraba repentinamente logrando desvanecer
mis pensamientos y traerme de nuevo al salón.
- Crisol ¿En qué quedamos? – agregó Valentina.
- Está bien – respondí – puedo hacerlo, pero no
usaré ese estúpido sombrero.
- Entonces podrás ser interrumpida – dijo otro de
los presentes.
¿Tú cómo
estás? Me
repetía en mi mente, es una muy buena pregunta, porque ni yo misma sé la
respuesta ¿Tú cómo estás? Todos me miraban fijamente, Valentina me hacía
gestos con la mano y la cabeza dándome a entender que cuando me sintiera lista,
podía comenzar.
- Para empezar, y aunque parezca irónico, es la
pregunta más difícil que me hayan hecho porque no puedo responderla, al menos no
es este momento, todo es relativo, porque si me comparo con la forma como
estaba antes, entonces estoy bien, pero si lo relacionamos con lo que quiero
ser, no estoy nada bien, muy lejos de mi objetivo…
- ¿Y qué es lo quieres ser? – me interrumpió alguien
- La verdad no lo sé, puede que no sepa lo que
quiero pero sé lo que no quiero ser, y es esto precisamente lo que soy ahora,
lo que no quiero ser, toda
mi vida cae en pedazos, trato de maquillar mis múltiples fracasos sin responsabilizarme de ninguno de ellos, me di
cuenta que por más que me esmeraba no lograba nada, necesitaba ayuda y era lo
que más me costaba admitir, quise ver firmes mis pasos, hay que
reconocer que me enredé en mis lazos, me quedé atorada en mi propia
destrucción y siempre le eché la culpa a alguien más, a Dios, al destino, a lo
que sea que exista, pero… nunca he tenido a alguien que me oriente y me muestre
un mejor camino… hasta ahora, que lo conocí a él y me ha dado esperanzas.
- ¿Te refieres a Cristo Jesús? – intervino una mujer
del grupo
- Claro que no – repuse con firmeza – Él nunca me ha
ayudado, es más creo que no existe, a quien me refiero es a Fernando…
De inmediato
comenzaron a murmurar entre ellos, unas voces se oían más que otras, como: ¿No
cree en Jesús? – No puedo creerlo - ¿Qué clase de persona quiere ser entonces?
- Silencio por favor – repuso Valentina – aquí
respetamos las creencias de cada quien, así que vamos a comportarnos, por favor
continúa Ernestina.
- Eso es todo – dije, luego miré a esa mujer, la de
la ropa de colores que tenía tiempo mirándome haciéndome sentir incómoda, y sin
titubear le pregunté ¿Y tú
cómo estás?
- Muy bien Adelaida, es tu turno.
Ella pidió el sombrero, no sería
interrumpida.
- Mordiendo el polvo andaba igual cada día, el sexo era lo único que me importaba y
comencé a descuidar mi empleo, mis estudios, mi familia, vagaba sin
esperanza y sin Dios, fui una ninfómana, es así como se le llama a esa
enfermedad.
Yo por
dentro sonreía – en mi ciudad le llaman de otra manera a eso – pensaba.
Adelaida continuaba hablando.
- Todo se vino abajo pero ¿saben qué? Encontré a
Dios,
cuando en mi gran necesidad se arrodilló mi corazón lo hallé y me transformó,
por primera vez me sentí libre, simplemente mi vida cambió para mejor Y
pude volar… ¡qué libertad! Y después de eso me propuse dejar esa
adicción y gracias a Él y a ustedes lo he conseguido.
Y pude
volar sobre mis penas, sobre cadenas, y arrodillada así se terminó mi llanto...
Cuando terminó de
hablar yo realmente me quedé viéndola perpleja, o era muy hipócrita o muy
mentirosa, pero nadie deja una adicción de años de la noche a la mañana, por
muy devoto o religioso que sea.
Le llegó el turno al
chico raro.
- Soy Luke y siempre he cuestionado mi sexualidad –
decía.
Eso es obvio –
pensaba yo – ya dinos algo que no sepamos.
- Estuve casado por tres años, amaba mucho a mi
mujer y le hice mucho daño – continuó.
¡Vaya!
No era tan gay después de todo – me decía en mi mente. Él seguía hablando.
- Después que nos divorciamos, estuve en ese
ambiente y realmente nunca me sentí lleno, no existía confianza en nadie ni
responsabilidad alguna, fui violado muchas veces y hasta creo que me
contagiaron de alguna enfermedad pero me da miedo hablar de eso…
De
inmediato mi atención se centró en él, sabia como se sentía ser violado, ser
arrastrado a un mundo de desolación sin tener la ayuda de nadie, me sentí
identificada con su situación.
- Pero volví a creer en mí, en la vida – seguía
diciendo – y volví sobre mis pasos, cuando reconocí que Dios
me faltaba tanto.
¿Cómo es posible? – volví a pensar – No le veo muy cambiado que digamos,
sigue amanerado y ¿Por qué todos insisten en decir que Dios los ha cambiado? ¿A
quién quieren engañar? Se supone que estos grupos son para aceptar las
realidades no para creer en fantasías. Abandoné el salón de inmediato, recuerdo
que Valentina me llamó y le dije que se me presentó algo urgente.
A la semana siguiente regresé, esta vez Adelaida tenía la palabra, pero
sin usar el sombrero.
- Y pude volar... que libertad… y pude volar con la grandeza de la liberación, ya no me sentía
tentada a caer en la lujuria, pude volar... Mi corazón se arrodilló, se
fue muy lejos del hogar, pudo volar por la inmensidad del universo sin
encontrar otro hogar como el que Él me tiene preparado, mi alma pudo
volar, llegó a decir no existe Dios, sobre sus pasos regresó mi corazón, pudo
volar...
- ¿Realmente esperas que nos creamos eso? – le
interrumpí.
- ¿Creer que? ¿Qué ahora soy otra persona? – agregó
ella.
- No exactamente, me refiero a que si esperas que
creamos que Dios te cambió ¿Por qué no has ayudado entonces a los demás? Nunca
te has preocupado por la depresión de Samuel, o la adicción de Crisol, sólo has
pensado en ti misma y eso no es tener a Dios.
Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, hasta que Valentina levantó
el tono de voz.
-
Señores,
estamos aquí para expresarnos y aceptar nuestros errores y así buscar la forma
de enmendarlos, pues lo que nos hace sabios no es recordar
el pasado, sino ser responsables de nuestro futuro.
Esas palabras quedaron grabadas en mi
mente, cuánta razón tenía: “Lo que nos hace sabios no es recordar el pasado,
sino ser responsables de nuestro futuro”. Yo debía cambiar mi forma de ver,
aunque ya no creyese en Dios, tenía que respetar a aquellos que si lo hacían,
seguí yendo más seguido a esas reuniones, compartí mucho con ellos, incluyendo
a Adelaida, más tarde supe que ella había perdido un hijo y recibía tratamiento
psicológico para igual ayudarle con su adicción, Luke se hizo los exámenes de
ETS* y la mayoría dieron negativos, solo dieron positivos las que eran
tratables y menos peligrosas, ¿Tú
cómo estás? ¿Puedes volar así? Definitivamente lo iba a intentar, las veces que fuesen necesarias.
¿Y Tú
cómo estás? Era la pregunta que tendría que hacerme cada
mañana, hasta lograr que la respuesta sea positiva. Después
de todo, si fue una buena elección asistir a ese grupo de apoyo, todo se lo
debía a Fernando, comenzaba de nuevo “Hoy es el momento de cambiar” – me decía
a mí misma – “Ya basta de posponerlo todo y echarle la culpa a un Dios o al
destino”, el mejor día para mejorar y hacer algo bueno, es Hoy.
* ETS: Enfermedades de Transmisión Sexual
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario