jueves, 14 de mayo de 2015

CAP 07 - ¿Y TÚ CÓMO ESTÁS?


Aproveché esos instantes en que estaba a solas con Fernando, para contarle mi historia, o al menos la parte que necesitaba saber antes de darme hospedaje, por lo que me armé de valor y se lo solté de un golpe.
-      Hay cosas que aún no sabes de mi – le dije – y creo que necesitas saberlas.
Detuvo sus pasos y me miró con extrañeza.
-      Bien – fue lo único que pronunció – te escucho.
De pronto me quedé con la mente en blanco, las palabras no me salían, me sentía cohibida, intimidada, vulnerable y débil ¿Qué me estaba pasando? Él me miraba con una expresión de ansiedad esperando mi respuesta, pero me bloqueé, al menos mis labios lo hicieron ya que por mi mente pasaban un montón de cosas, quería decirle que vivía en las calles, que fui violada un par de veces, que robaba constantemente en la calle y en casas, no tenía otro modo de sobrevivir en estos dos últimos años hasta que encontré empleo en una estación de tren y aunque obviamente estaba en otra ciudad donde nadie me conocía, sentía la necesidad de decírselo pero…. Simplemente no pude hacerlo.
-      He hecho muchas cosas en el pasado – comencé diciendo – cosas de las que no estoy orgullosa y… pues… me gustaría ser honesta contigo antes de darme posada, yo…
-      No tienes que decirme nada – me interrumpió – realmente no me importa tu pasado.
-      ¡Oh vamos! no digas eso ¿y si fuese una asesina en serie que está huyendo?
-      ¿Lo eres?
-      Si así fuera no te lo diría ¿no crees?
-      Entonces no lo eres.
-      Fernando deja de jugar, estoy hablando en serio.
-      También yo – respondió con firmeza – aunque fueses una asesina igual te daría posada porque sé que en este momento la necesitas.
Nuevamente me quedé sin palabras.

Me quedé pensando en la plática mientras estaba en mi habitación, no puede haber alguien que sea tan confianzudo como él ¿Cómo no le va a importar los antecedentes de un extraño? Comenzaba a dudar de su idiosincrasia, de pronto tocaron a mi puerta.
-      Soy yo, quiero hablar contigo – decía la voz de afuera, era Fernando.
Por mi mente comenzaron a circular cientos de cosas, un aire escalofriante recorrió mi cuerpo y por un instante sentí que estaba en una celda fría y oscura esperando la hora de la sentencia.
-      Me gustaría que fueras a un lugar, claro, si lo deseas – su voz era firme pero su tono muy apacible.
-      ¿Qué lugar?
-      Uno donde tengas más ayuda y puedas expresar…
-      Rehabilitación ¿verdad? No soy adicta – interrumpí.
-      No dije eso, no quise decir…
-     
-      Solo quiero ayudarte, sé que tienes algo que contar y no quieres hacerlo conmigo, eso está bien, tal vez con alguien más experto en el tema puedas hacerlo.
-      ¿Qué te hace pensar que si no te lo digo a ti, que te tengo algo de confianza, lo voy a hacer con un desconocido? – le dije furiosa.
-      Mmmm
-      ¿Qué? – le repliqué a la defensiva
-      Algo de confianza – respondió casi en un susurro – al menos hay algo.
-      No me malinterpretes, me refiero a que…
-      Sé a lo que te refieres, por eso quiero que vayas ¿lo harías? No tienes que hacerlo todos los días, pero al menos ve una vez.
-      Olvídalo, si no me quieres aquí, solo dilo.
-      No, no quiero que te marches, simplemente…
-      Entonces no tenemos más que hablar, hasta luego – dije mientras cerraba con fuerza la puerta en su cara.

Pasaron algunos días donde solo intercambiábamos pocas palabras, hasta que una ocasión le dije que deseaba ir a ese lugar, después de todo necesitaba hablar con alguien y si no podía hacerlo con él por incomodidad, entonces lo haría con alguien que pudiese ayudarme o al menos escucharme.
Fue entonces cuando llegué, por medio de una dirección que el mismo Fernando me dio, al salón de un edificio algo desaliñado pero muy acogedor, la sesión había comenzado, parecía un grupo de apoyo.
-      Buenos días, adelante – me recibió una amable mujer, de ojos saltones y gafas de pasta plana, vestía un chal de gabardina con una falda hindú – siéntate donde gustes.
Había varias personas sentadas en círculo y un par de sillas vacías, no sé si esperaban ser ocupadas o simplemente estaban dispuestas allí para visitas inesperadas como yo; eran seis personas, siete conmigo: una joven como de veinte años con cara de drogadicta que se veía a leguas, vestía de negro incluyendo su maquillaje; un hombre moreno de unos treinta años con un tic en las manos y piernas que no podía tenerlas quieta, supongo que sufría de ansiedad, tenía unos jeans y una camisa de cuadros más un sombrero ridículo de vaquero pero hecho de estambre; también había dos mujeres más que no les presté mucha atención en ese momento, más un muchacho que se veía muy afeminado; la mujer que me había recibido, que supuse era la que dirigía el grupo ya que hacia preguntas y dinámicas, y yo… éramos los siete que estábamos en ese momento.
-      Mi nombre es Valentina – dijo la mujer que dirigía el grupo – antes que llegaras, Samuel nos contaba su experiencia – se dirigió esta vez a mí – puedes escuchar y si quieres compartir algo solo levanta la mano y se te dará el sombrero.
-      ¿Qué sombrero?
-      El sombrero de la palabra – respondió calmadamente – únicamente aquel que tenga el sombrero puede hablar sin ser interrumpido.
-      Pero fui interrumpido – mencionó el hombre moreno del sombrero.
-      No fue intencional, la joven no conocía las reglas, ahora ya las sabe.
Me acomodé en la silla de manera incómoda.
-      Puedes continuar Samuel – dijo Valentina.
Él simplemente se ajustó ese tonto sombrero y se dispuso a seguir hablando.
-      Yo vengo de cualquier lugar, de mil errores atrás, de ese cansancio que nos da ser fugitivos y vagar, de seguir día a día la misma rutina sin atreverme a cambiar, vengo cansado ya de tener el mismo empleo por más de diez años, empleo que aun detesto como el primer día, mi mujer me dejó por lo mismo y ahora no le encuentro sentido a mi vida, el peso se me ha incrementado en mis hombros.
Y de pronto, como si leyera mi mente, como si supiera que tampoco le encontraba sentido a mi vida, me miró fijamente y antes que pudiese reaccionar me preguntó: ¿Tú cómo estás?
-      ¿Yo? Bien, algo así – respondí casi instantáneamente, ni yo misma lo creía.
-      No puedes preguntarle eso – intervino Valentina – no en su primer día, recuérdalo Samuel.
-      ¿De qué están hablando? – mi confusión era mayor.
-      Verás… – me miraba fijamente haciendo una expresión con su rostro.
-      ¡Es cierto! – exclamé – no me he presentado, soy Ernestina.
A nadie pareció importarle, excepto a Valentina que siguió hablando.
-      Verás Ernestina, aquí tenemos la costumbre que si alguien está contando algo de su vida anterior y le pregunta a otra persona ¿Tú cómo estás? Esa persona también debería compartir algo de su vida tenga o no el sombrero de la palabra.
-      Preferiría no hacerlo – dije lo más sincera posible.
-      Pero son las reglas – intervino el chico afeminado.
-      Aquí no obligamos a nadie – respondió ella.
-      Yo lo haré – esta vez era la mujer vestida de negro – pido el sombrero.
-      Adelante Crisol – dijo Valentina – tienes la palabra.
Se lo colocó y comenzó a hablar:
-      Me pasé mi juventud en la calle, a pesar de tener familia y escuela, nunca asistía y me iba a fumar con los amigos, no soy muy diferente a ti Samuel, Yo como tú con las heridas de tantos años de jugar por los rincones a escondidas con mis instintos de maldad, buscando problemas y creando nuevos más, el vicio me consumía y pasaba más tiempo en rehabilitación que en mi propia casa, pero realmente no quería estar en mi casa, prefería cualquier otro lugar aunque fuesen las calles, el ambiente de mi hogar no era precisamente tan…
Ella seguía hablando pero yo dejé de prestarle atención, porque mi mente se despegó en ese instante y comencé a recordar cuando viví con mis tíos, luego que mi padre me dejara, también se tornó un ambiente catastrófico en el cual no pude aguantar más, y por eso la entendía perfectamente, cualquier otro lugar era mejor.
-      ¿Tú cómo estás? – me miraba repentinamente logrando desvanecer mis pensamientos y traerme de nuevo al salón.
-      Crisol ¿En qué quedamos? – agregó Valentina.
-      Está bien – respondí – puedo hacerlo, pero no usaré ese estúpido sombrero.
-      Entonces podrás ser interrumpida – dijo otro de los presentes.
¿Tú cómo estás? Me repetía en mi mente, es una muy buena pregunta, porque ni yo misma sé la respuesta ¿Tú cómo estás? Todos me miraban fijamente, Valentina me hacía gestos con la mano y la cabeza dándome a entender que cuando me sintiera lista, podía comenzar.
-      Para empezar, y aunque parezca irónico, es la pregunta más difícil que me hayan hecho porque no puedo responderla, al menos no es este momento, todo es relativo, porque si me comparo con la forma como estaba antes, entonces estoy bien, pero si lo relacionamos con lo que quiero ser, no estoy nada bien, muy lejos de mi objetivo…
-      ¿Y qué es lo quieres ser? – me interrumpió alguien
-      La verdad no lo sé, puede que no sepa lo que quiero pero sé lo que no quiero ser, y es esto precisamente lo que soy ahora, lo que no quiero ser, toda mi vida cae en pedazos, trato de maquillar mis múltiples fracasos sin responsabilizarme de ninguno de ellos, me di cuenta que por más que me esmeraba no lograba nada, necesitaba ayuda y era lo que más me costaba admitir, quise ver firmes mis pasos, hay que reconocer que me enredé en mis lazos, me quedé atorada en mi propia destrucción y siempre le eché la culpa a alguien más, a Dios, al destino, a lo que sea que exista, pero… nunca he tenido a alguien que me oriente y me muestre un mejor camino… hasta ahora, que lo conocí a él y me ha dado esperanzas.
-      ¿Te refieres a Cristo Jesús? – intervino una mujer del grupo
-      Claro que no – repuse con firmeza – Él nunca me ha ayudado, es más creo que no existe, a quien me refiero es a Fernando…
De inmediato comenzaron a murmurar entre ellos, unas voces se oían más que otras, como: ¿No cree en Jesús? – No puedo creerlo - ¿Qué clase de persona quiere ser entonces?
-      Silencio por favor – repuso Valentina – aquí respetamos las creencias de cada quien, así que vamos a comportarnos, por favor continúa Ernestina.
-      Eso es todo – dije, luego miré a esa mujer, la de la ropa de colores que tenía tiempo mirándome haciéndome sentir incómoda, y sin titubear le pregunté ¿Y tú cómo estás?  
-      Muy bien Adelaida, es tu turno.
Ella pidió el sombrero, no sería interrumpida.
-      Mordiendo el polvo andaba igual cada día, el sexo era lo único que me importaba y comencé a descuidar mi empleo, mis estudios, mi familia, vagaba sin esperanza y sin Dios, fui una ninfómana, es así como se le llama a esa enfermedad.
Yo por dentro sonreía – en mi ciudad le llaman de otra manera a eso – pensaba. Adelaida continuaba hablando.
-      Todo se vino abajo pero ¿saben qué? Encontré a Dios, cuando en mi gran necesidad se arrodilló mi corazón lo hallé y me transformó, por primera vez me sentí libre, simplemente mi vida cambió para mejor Y pude volar… ¡qué libertad! Y después de eso me propuse dejar esa adicción y gracias a Él y a ustedes lo he conseguido.
Y pude volar sobre mis penas, sobre cadenas, y arrodillada así se terminó mi llanto...
Cuando terminó de hablar yo realmente me quedé viéndola perpleja, o era muy hipócrita o muy mentirosa, pero nadie deja una adicción de años de la noche a la mañana, por muy devoto o religioso que sea.
Le llegó el turno al chico raro.
-      Soy Luke y siempre he cuestionado mi sexualidad – decía.
Eso es obvio – pensaba yo – ya dinos algo que no sepamos.
-      Estuve casado por tres años, amaba mucho a mi mujer y le hice mucho daño – continuó.
¡Vaya! No era tan gay después de todo – me decía en mi mente. Él seguía hablando.
-      Después que nos divorciamos, estuve en ese ambiente y realmente nunca me sentí lleno, no existía confianza en nadie ni responsabilidad alguna, fui violado muchas veces y hasta creo que me contagiaron de alguna enfermedad pero me da miedo hablar de eso…
De inmediato mi atención se centró en él, sabia como se sentía ser violado, ser arrastrado a un mundo de desolación sin tener la ayuda de nadie, me sentí identificada con su situación.
-      Pero volví a creer en mí, en la vida – seguía diciendo – y volví sobre mis pasos, cuando reconocí que Dios me faltaba tanto.
¿Cómo es posible? – volví a pensar – No le veo muy cambiado que digamos, sigue amanerado y ¿Por qué todos insisten en decir que Dios los ha cambiado? ¿A quién quieren engañar? Se supone que estos grupos son para aceptar las realidades no para creer en fantasías. Abandoné el salón de inmediato, recuerdo que Valentina me llamó y le dije que se me presentó algo urgente.

A la semana siguiente regresé, esta vez Adelaida tenía la palabra, pero sin usar el sombrero.
-      Y pude volar... que libertad… y pude volar con la grandeza de la liberación, ya no me sentía tentada a caer en la lujuria, pude volar... Mi corazón se arrodilló, se fue muy lejos del hogar, pudo volar por la inmensidad del universo sin encontrar otro hogar como el que Él me tiene preparado, mi alma pudo volar, llegó a decir no existe Dios, sobre sus pasos regresó mi corazón, pudo volar...
-      ¿Realmente esperas que nos creamos eso? – le interrumpí.
-      ¿Creer que? ¿Qué ahora soy otra persona? – agregó ella.
-      No exactamente, me refiero a que si esperas que creamos que Dios te cambió ¿Por qué no has ayudado entonces a los demás? Nunca te has preocupado por la depresión de Samuel, o la adicción de Crisol, sólo has pensado en ti misma y eso no es tener a Dios.
Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, hasta que Valentina levantó el tono de voz.
-      Señores, estamos aquí para expresarnos y aceptar nuestros errores y así buscar la forma de enmendarlos, pues lo que nos hace sabios no es recordar el pasado, sino ser responsables de nuestro futuro.

Esas palabras quedaron grabadas en mi mente, cuánta razón tenía: “Lo que nos hace sabios no es recordar el pasado, sino ser responsables de nuestro futuro”. Yo debía cambiar mi forma de ver, aunque ya no creyese en Dios, tenía que respetar a aquellos que si lo hacían, seguí yendo más seguido a esas reuniones, compartí mucho con ellos, incluyendo a Adelaida, más tarde supe que ella había perdido un hijo y recibía tratamiento psicológico para igual ayudarle con su adicción, Luke se hizo los exámenes de ETS* y la mayoría dieron negativos, solo dieron positivos las que eran tratables y menos peligrosas, ¿Tú cómo estás? ¿Puedes volar así? Definitivamente lo iba a intentar, las veces que fuesen necesarias.

¿Y Tú cómo estás?  Era la pregunta que tendría que hacerme cada mañana, hasta lograr que la respuesta sea positiva. Después de todo, si fue una buena elección asistir a ese grupo de apoyo, todo se lo debía a Fernando, comenzaba de nuevo “Hoy es el momento de cambiar” – me decía a mí misma – “Ya basta de posponerlo todo y echarle la culpa a un Dios o al destino”, el mejor día para mejorar y hacer algo bueno, es Hoy.



* ETS: Enfermedades de Transmisión Sexual

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