viernes, 24 de abril de 2015

CAP 05 - NO TE HAGO FALTA



Las nubes permanecían en el cielo dando la impresión de que una lluvia se avecinaba, tenía que darme prisa antes que me alcanzara en pleno camino, eran cinco kilómetros aproximadamente desde la estación de tren hasta mi casa, y debía recorrerlos a pie ya que ningún transporte pasaba por allá.

Por cierto, olvidé mencionarles que pasaron varios años, específicamente dos desde que hui de Marcela, estaba ya en otra ciudad totalmente urbana, difícilmente me encontrarían aquí con más de 5 millones de habitantes y… de igual forma, tomé el empleo de operadora de taquilla en la estación del tren, así siempre estaría pendiente de quien llega y de quien se va de la ciudad, y en caso de aparecer no me tomara desprevenida. Me sentía preparada.
Recuerdo que viví en una posada humilde pero cómoda, buena calefacción y muy higiénica, no me podía quejar, mi vida estaba empezando a dar resultados positivos.
Compartí muchos momentos con los inquilinos, una pareja de ancianos muy tiernos y buenas personas, se llamaban Marco y Laura, creo que tenían unos 75 años, tal vez más, tal vez menos, realmente nunca les pregunté la edad pues se veían tan joviales.
Entre las cosas que compartimos, o mejor dicho que ellos compartieron conmigo, estaban sus anécdotas de cuando el Sr. Marco estaba en la marina y conoció a la Sra. Laura en un muelle, según ellos fue amor a primera vista, demasiado cursi para mi gusto, pero me gozaba que a pesar de los años que llevaban juntos, aún se querían, se gustaban, se amaban.
-      Pronto conocerás al hombre de tu vida – me decían.
-      No lo creo – pensaba yo – no confiaré en ningún hombre y menos dejaré que me toque, después de que uno me… bueno, ustedes ya saben, no vale la pena recordarlo… Yo solo sonreía mientras asentía con la cabeza.
-      Tina, acompáñame un momento – recalcó el Sr. Marco sacándome de mis pensamientos, me llamaban Tina como diminutivo de Ernestina, era tan tierno.
Fuimos a unas laderas que se encontraban en el patio trasero, nos sentamos bajo unos árboles, lo noté extraño, sabía que algo no andaba bien. Me dijo que debía irse por un tiempo ya que su familia lo necesitaba y no podía llevarse a Laura porque sufría del corazón o algo así y un viaje largo podía hacerle daño, al parecer alguien de su familia había fallecido y le habían dejado una herencia, cosa que me pareció absurda pues ¿Quién le dejaría una herencia a alguien anciano que también le falta poco para vivir? Me hablaba de muchas cosas pero mi mente ya no estaba allí, de inmediato comencé a extrañarle, se había convertido en mi segundo padre y… realmente empecé a recordar a mi verdadero padre, cuanto extrañaba sus abrazos y sobre todo cuanto me dolió verlo partir.

No te esfuerces por buscar alguna excusa, sé bien que tienes que partir…
Era esa frase la que pasaba por mi mente, esas palabras que le dije a mi padre llena de rabia y coraje, simplemente porque no entendía lo que pasaba, aun así, ningún niño debería experimentar eso, alejarse de sus padres para siempre…
Tanta prisa por llegar tienes ahora hasta el sitio donde esperan ya por ti…

Probablemente esa no era la historia completa o al menos no la verdadera, pero apenas oí que se tenía que ir mi mente se despegó de la realidad y eso fue lo que mi subconsciente recuerda, ¿saben qué? olviden lo de la herencia pues tal vez no sea cierto, realmente no recuerdo el por qué se iba, pero eso es lo de menos, fue lo que se me ocurrió… y como ven, soy malísima inventando historias… debería prestar más atención ¿verdad? Pero si les diré lo que recuerdo, fue la última vez que vi al Sr. Marco, no sé si aún siga vivo, han pasado muchos años ya, pero lo que sí sé es que la Sra. Laura quedó destrozada, trataba de disimularlo pero se le notaba a leguas la tristeza, y no era para menos, su compañero de vida ya no estaba, la primera pareja estable con quien había tenido acercamiento ahora se separaban y por ellos reviví momentos tristes de mi pasado.
Eso sí, apoyé lo más que pude a la Sra. Laura, le daba dinero cuando debía pagar alguna factura, obviamente pagando mi renta a tiempo pero solo habíamos cuatro huéspedes y no bastaba con eso.
Los días pasaban y el ánimo cada vez se tornaba más débil, cada mes recibíamos una carta del Sr. Marco, supongo que él nunca aprendió a usar los emails, pero aun así era gratificante ver el rostro de la Sra. Laura cuando leía noticias de él, nunca me decía de que se trataban las cartas pero ese brillo en sus ojos mientras esbozaba una sonrisa me era suficiente, sentía que era feliz nuevamente aunque fuese por un instante, solo por unos minutos.
Te agradezco los momentos que me diste, no hace falta que te diga nada más, las palabras que tenía yo guardadas seguirán por mucho tiempo solo en mí…
Nuevamente me hacía recordar cuan feliz era yo con mi padre, cuan alegres eran los días sin importar como la hayamos pasado y que solo con verlo, con jugar con él, era suficiente para mí. En una de esas cartas, la Sra. Laura recibió un anillo y desde entonces no paraba de lucirlo, se lo probaba en todos los dedos de ambas manos, era lo más cercano que tenia de su amado esposo, no era muy valioso pues se veía de segunda mano, recuerdo que tenía la letra “E” incrustada, no quise preguntarle qué significaba, pues no son las iniciales de ninguno de los dos, ni de sus nombres ni sus apellidos, supuse que era algo privado entre ellos.
Podía decir que esos meses fueron buenos a pesar de la distancia, no entendía como me afectaba tanto su distanciamiento, supongo que me seguía recordando mi soledad, que cada vez se amoldaba más a mi inhóspita alma.

El tiempo transcurría y su soledad la hacía mía, me desconectaba del mundo en mis pensamientos mientras caminaba cerca de los carriles de la estación, iba algo distraída, cuando de repente escuché una voz que me paralizó.
La voz que deseaba nunca volver a oír llegó de nuevo, una voz peor que la de Marcela.
-      Nos volvemos a ver – dijo… y de inmediato un escalofrío recorrió mi cuerpo, desde la frente hasta mis pies.
-      *no podía moverme*
-      ¿No me vas a saludar?
-      *mi voz no salía*
-      Vamos, dime algo – insistía.
Después de unos segundos, reaccioné y lo primero que hice fue mover mis pies y tratar de huir, sabía que era absurdo hacerlo pero aun así debía intentarlo, fue en vano… me atrapó, quise gritar para atraer la atención de alguien ¿Por qué tuve que tomar el carril menos transitado? Perdí la noción del tiempo, todo se nubló repentinamente, no podía creerlo, mi peor pesadilla se volvía a repetir.
-      ¡Dios mío! – exclamé – ¡ayúdame!
Y todo alrededor se volvió negro.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero nuevamente reviví aquel desasosiego cuando fui violada y… un deja vu… el mismo hombre, su misma voz, su mismo olor repugnante estaba de nuevo frente a mí, creo que ese recuerdo jamás se me borrará de la memoria, ha pasado tanto tiempo y aún sigue latente en mi ser y… disculpen, me desvié del tema.
-      Tienes algo que me pertenece – murmuraba mientras se me acercaba.
-      ¿Dónde estoy?
-      En un lugar tranquilo, donde podamos hablar en paz.
-      ¿Hablar? No quieres hablar, solo quieres…
-      Shht, no esta vez, te prometo que no haré nada sin tu consentimiento.
-      ¿Acaso me crees tan estúpida como para creerte?
-      Precisamente, porque sé que no eres estúpida, cooperarás.
-      Te llevaste todo de mi, hijo de…
-      Cuida tu lenguaje jovencita.
-      No me interesa nada, ya no tienes como chantajearme.
-      Yo no estaría tan seguro – su voz se tornaba más fría y escalofriante, era como escuchar una serpiente hablar – la pasaremos rico y no tendré que obligarte a nada.
-      Sobre mi cadáver – trataba de ser firme pero por dentro me temblaban los órganos.
-      Eres la mejor virgen que he conocido, y mira que he estado con muchas, pero tú tienes algo que no he podido olvidar, obviamente ya no lo eres pero aún así te tengo presente mi linda, te has quedado en mi memoria y por eso debía buscarte de nuevo.
Él hablaba y la sangre me hervía por dentro, mis puños se contraían más y más mientras mantenía la mirada fija pero fulminante en él, mi pulso se aceleraba, mi respiración crecía y solo tenía una sola cosa en mente: Abofetearlo en la cara, pero con una silla de madera con clavos incrustados y recién calentados…
-      Cierra la boca pedazo de… – fue lo único que logré pronunciar mientras me abalanzaba sobre él, a lo que me detuvo, desde luego era más fuerte que yo.
-      Si tenemos sexo, será solo porque tú lo aceptes mi linda, ya te lo he dicho – decía con ese susurro de serpiente.
-      No estés tan seguro, mejor me matas de una vez, porque no pienso tocarte ni siquiera respirar tu aliento.
Volvió a sonreír, esta vez malévolamente, se rascaba el mentón mientras sacaba algo de la gaveta, un arma – pensé primero – pero no lo era, era algo más pequeño que cabía en su palma cerrada, la extendió hacia mí y al abrir su mano pude ver en ella un objeto brillante, un destello salió reflejando el bombillo de la habitación, era una sortija, pero no cualquier sortija, era una con la letra “E” incrustada en él.
Ahora comprendía todo, su seguridad en que haría lo que fuese para satisfacer sus perversiones lascivas se basaba en que tenía la sortija de la Sra. Laura y eso significaba solo una cosa: también la tenía prisionera, o al menos bajo su vigilancia y control. Mis ojos se abrían y mi mente se bloqueaba pensando mil y unas situaciones en que se pudiese encontrar la Sra. Laura en esos momentos, desde luego ninguna sería buena, y en todas correría un gran peligro.
-      ¿Qué le hiciste? – fue lo que alcancé a decir.
-      Ella está bien por ahora, si cooperas lo seguirá estando.
-      ¡Maldito!
No podía creerlo, lo había logrado otra vez, tenerme en sus redes sin poder escapar, pero esta vez sin doparme, sin amarrarme, y eso… eso señores, era más terrible todavía, la bajeza en la que tu mente puede llegar no se compara con el desgarre que tu ser pueda atravesar, cuando lo poco que te queda de dignidad es machacada con fuerza y poderío… y allí, en ese sin fin de dudas y oscuridad volví a ser objeto de la más vil humillación de todas. No hace falta que describa esos momentos, sé que nunca podré borrarlos de mi mente, pero tampoco deseo revivirlos, así que sólo les contaré eso. Fui violada de nuevo y esta vez no pude defenderme.

Justo después, mientras él se vestía, se me acercó dándome la sortija.
-      Es tuya – me susurró – la vieja ya no la necesitará.
-      No, NO!!! Noooo! ¿Qué le hiciste?
-      Ella no quiso cooperar como tú, y tuve que eliminarla.
La puerta se abrió y unos hombres entraron con una mujer inconsciente, era ella, era la Sra. Laura, inerte, con la piel pálida, no hacía falta tocarla, se veía fría, sin vida.
-      ¡Desgraciado! – grité a todo pulmón - ¿Por qué? Ella no tenía nada que ver en esto.
-      Era la única manera de hacer que colaboraras mi linda.
Lo abofeteé con ganas, esta vez logré implantar la palma de mi mano fuertemente en su asquerosa mejilla tanto así que me dolió, sus hombres se me acercaron como queriendo agredirme, pero él los detuvo.
-      Déjenla ir – les dijo – ya tiene lo que se merece, el destino trazó su camino – fueron sus últimas palabras antes de retirarse, palabras que se quedaron en mi cabeza… Destino ¿Qué era el destino? ¿acaso existía? Simplemente no le hacía falta a ningún destino.
Yo no te hago falta, eso ya lo sé, ni ahora ni mañana… siempre ha sido así…
Solo logré tocar el cabello del cuerpo de la Sra. Laura, estaba muy fría, pero no tenía ningún rasguño, no fue torturada, al menos no físicamente.
-      Lo siento mucho – le susurré mientras la abrazaba y lágrimas caían por mi rostro y goteaban en el suyo – de verdad lo siento.
Tuve que irme de prisa, no quería verme involucrada cuando descubriesen el cadáver, pero ¿Cómo saldría de allí? Ni siquiera sabía dónde estaba, solo caminé hasta llegar a un pasillo con paredes altas y solitarias que daba a la calle, sentía que me iba a desmayar, ya no podía regresar a la posada, y al parecer tampoco me serviría seguir huyendo a otra ciudad, mi mente daba vueltas, quería llorar, gritar, golpear algo, las piernas ya no me daban, me sentí muerta en vida sin ninguna razón para seguir respirando, solo quedaba una salida.
Busco una salida, yo no sé qué hacer, estoy desesperada, voy a enloquecer…
Caminaba sin sentido alguno pues perdí la noción del tiempo y la dirección, simplemente me derrumbé, caí a un suelo que estaba muy húmedo pero no quise ver por qué lo era, solo me dejé caer y lloré, lloré como no tienen idea, como nunca había llorado en toda mi vida, hecha añicos por dentro sentía como si filosos vidrios cortantes intentaran salir por ni boca y mis ojos… me sentí destruida, desechada, incapaz de continuar, aquella esperanza que tanto había guardado ya no existía, dicen que la esperanza es lo último que se pierde, es cierto pero… al fin y al cabo… se pierde, y cuando eso sucede, ya no queda nada más.

Unas horas después me levanté, ya era de noche, creo que de madrugada porque no veía mucho movimiento en las calles, y esa fue mi oportunidad perfecta, si bien es cierto que la ciudad era conocida por un gran rio, caudaloso y regio, y un majestuoso puente que lo atravesaba completamente, por lo que me dirigí allí y sin titubear me subí en su barandal, al fin seria libre, era una sensación extraordinaria, el viento en mi rostro me daba paz pero los recuerdos me causaban desgracia, ¿suicidarme sería una buena alternativa? Tal vez no, por eso dudé en hacerlo. Una persona a quien tanto apreciaba había muerto por mi culpa, no quería imaginar cuando el Sr. Marco enviara su próxima carta sin recibir respuesta, cuando regresara de nuevo a ver a su amada y ella ya no… no quería sentir eso, no quería presenciarlo, abrí los ojos y miré hacia abajo, eran muchos metros de altura, “probablemente la caída me mate y acabe con el dolor” – me decía a mí misma – “o simplemente me ahogue en esas corrientes traicioneras”, recordé todas esas personas que se habían quitado la vida y yo les había tildado de cobardes, pero ahora… comprendí que era el acto más valiente que pudiesen cometer, nuevamente pensé en mi padre, quise que fuese el último recuerdo de mi mente, pero me dio más coraje y rabia pensar en él, por su abandono es que yo había llegado a esto, pero si ya iba a morir entonces debía perdonarlo, como me costaba hacerlo, solo miré al cielo, cerré los ojos y pensé: Dios, si aún estás allí, si de verdad existes… te perdono ¿me oíste? No quiero tu perdón, pues fuiste tú quien se olvidó de mí, pero aquí me tienes, esperando una respuesta tuya y por eso… te perdono.
Yo no te hago falta ni antes ni después, tú no sientes nada, es triste saber…
Abrí mis brazos y me lancé.

Sentía como el viento rozaba mi pecho, como acariciaba mi rostro mientras el cabello ondeaba lindante sobre mis hombros al mismo tiempo que descendía a toda velocidad, hasta que me hundí en las vastas aguas del río… – “la caída no me mató” – fue lo que pensé – “simplemente dejaré de luchar” – y allí sumergida recordé que había faltado a mi palabra, tanto que me había esforzado en sobrevivir y ahora… mi respiración se hacía cada vez más leve, más difícil  “ya no respires” – era lo que pasaba por mi mente, es indescriptible ese momento cuando sientes que la vida misma se te está yendo y ya no puedes volver atrás, sin embargo mi cerebro solo pronunciaba una palabra: ¡Respira!




...

viernes, 17 de abril de 2015

CAP 04 - QUISIERA


Cuando entré a su casa realmente me sentí en un Palacio Real, era una enorme Mansión de cuatro pisos, con una sala de diez metros de ancho aproximadamente, me quedé atónita ante tal obra espectacular, unas paredes de marfil, o al menos ese fue el color que percibí con unas cortinas color bronce que hacían buen contraste.
-      Ponte cómoda niña…
-      Ernestina – le dije de inmediato – me llamo Ernestina.
-      Mi cielo, si vas a trabajar aquí tendrás que cambiarte ese horrible nombre – decía la muy creída, en tono sarcástico.
-      Muy bien ¿y cual me sugieres?
-      Ya veremos – susurraba mientras subía las escaleras
-      ¡Espere madame! – le grité ante los primeros escalones – ¿Cómo se llama Usted?
-      Marcela, sólo dime Marcela.

Había algo en ella que obviamente no me gustaba, tenía una mirada de pocos amigos pero su sonrisa insinuaba: “eres bienvenida”… ¡Qué extraña mujer! Claro, tendría que serlo para aceptar en su casa a una completa extraña, y para colmo, de la calle.
Al poco tiempo bajó, con un vestido ceñido al cuerpo y un abrigo de pieles, no sé si real o sintético, probablemente piel de verdad con lo lujosa que era… Pero en fin, me ofreció algo de beber y acepté.
-      Entonces ¿De qué quiere que trabaje? – le dije de una vez, sin rodeos.
-      ¿Qué sabes hacer?
-      Sé lavar, cocinar, limpiar y lo que no sepa lo puedo aprender de inmediato.
-      Me gusta esa actitud, es lo que necesito – respondió mientras se levantaba e iba al otro salón – Sígueme – dijo suavemente con esa mirada penetrante que era camuflajeada por la tierna sonrisa que te hacía olvidar de sus ojos tétricos.
Entramos a una especie de salón bar, ella pidió una bebida para ella y otra para mí. Algo me decía que tenía que salir de allí, pero no lo hice, un presentimiento me decía que no andaba en caminos legales, era de esperarse ya que me ofreció alcohol, pero aun así quise quedarme ¿Por qué? Hasta el día de hoy sigo haciéndome esa pregunta y no he conseguido respuesta coherente para eso.

Quise lavar tu recuerdo como si fuera un abrigo, me lo he puesto tantas veces para cubrirme el vacío…

Después de todo ya había estado en drogas, en la miseria, incluso en la basura ¿Se podía caer más bajo?... irónico fue que sí, pude bajar más aún, y de la peor manera que puedas experimentar, la manera más cruel y sanguinaria  que pueda llegar el ser humano. Marcela fue el comienzo de mi perdición, el inicio de mi hundimiento, el abismo más hondo en el que he llegado.
Solo pensaba en mi padre, como me hablaba de la vida, de las reglas del mundo, de los sueños y los fracasos mientras yo dormía en su pecho…“el mundo puede ser injusto y cruel, pero también la vida es tan bella como tú la quieras ver”… recordaba esas palabras en ese preciso momento que me encontraba en el fondo del abismo más lúgubre.

Porque mi piel se está ajando, me está curtiendo este frio, Sigo solo y estoy flaco, Sigo solo… pero vivo…

¿Vivo? No, para nada estaba viviendo. Disculpen, creo que me adelanté un poco, no les he dicho aun cómo llegué al peor de mis infiernos.
Pasé varios días allí, trabajando primero de mucama, arreglaba cada habitación y no me importaba, aunque claro está pues no era la única, había otras muchachas de servicio igual que yo, así que obviamente no me tocaban todos los cuartos a mi sola.

Llegaban varios hombres de visita, Marcela los llamaba clientes, yo suponía que venían a comprarle drogas o algunas sustancias que era obvio que se comercializaba allí, porque sinceramente Marcela no era tan sociable como para recibir tantas visitas, y menos casi todas del sexo masculino.
Recuerdo que mientras limpiaba las habitaciones, revisaba cada recoveco en busca de alguna sustancia o estupefaciente, no podía creer que en toda la mansión no había huellas o residuos de alguna droga, buscaba y buscaba en vano, Marcela era muy cuidadosa en eso, supongo que estaba preparada para cuando la policía llegase a revisar todo el lugar – bien por ella – decía yo ¡Qué  ingenua fui! Debía haberlo sabido cuando todos esos tipos, supuestos clientes me miraban y luego a las otras mucamas de manera lasciva.

Fue entonces cuando ocurrió lo más vil… Marcela me invitó a salir con ella, para hacer unas compras “supuestamente” del área de limpieza, recuerdo que mientras íbamos en el auto, bebía un sorbo de un vino que tenía, algo destilado pero sin azúcar, sí, lo sé, ya estaba consumiendo licor y aun no alcanzaba la mayoría de edad, pero eso ya no importaba, muchas reglas había roto, por la fuerza o por voluntad propia, desde luego sabía espantoso y tenía algo más ya que no recuerdo que pasó los siguientes minutos, simplemente… perdí el conocimiento.
Cuando desperté no sabía qué hora era, veía todo oscuro, balbuceé algunas palabras, y me di cuenta que estaba en una habitación amarillosa, o al menos de paredes amarillas, de luz tenue, y un hombre hablaba con una mujer a lo lejos, pude reconocer la voz de la mujer, era Marcela.
-      ¿Estás segura que es virgen? – preguntaba el misterioso hombre.
-      Por supuesto, puedes verificarlo.
Y luego se acercaba a mí, pude constatar que se refería a mí, no podía creer lo que estaba pasando, o mejor dicho, lo que estaba a punto de pasar, no quería ni imaginármelo pero cada vez que se acercaba y olía en su aliento ese alcohol barato, supe que lo inevitable estaba por llegar, quería correr… quería gritar… yo solo… quería desaparecer, pero ninguna de esas cosas pude lograr, de alguna forma estaba tan dopada que apenas y tenía conciencia de lo que ocurría ¡cómo me hubiese gustado estar inconsciente! Simplemente no tomar en cuenta el acontecimiento más vil y denigrante que puede sufrir una persona, especialmente una mujer y… en el peor de los casos como me ocurrió, una niña… yo era una niña… quince años de edad era lo que tenía, casi dieciséis, y sí, fui violada, en todo el sentido de la palabra.
Ahora entendía el “verdadero” trabajo de Marcela, la fuente de su dinero, de su riqueza no era precisamente la venta y contrabando de drogas como había pensado, solo era una proxeneta más que reclutaba jovencitas para venderlas al mayor postor, y desgraciadamente ya era muy tarde para salirme de ese mundo… experiencias como esas te marcan para siempre, no existe poder alguno, ni psicológico, ni médico que cure esas heridas, mucho menos se pueden eliminar esas escenas de tu mente.

Quisiera… quisiera cambiar de piel, cambiar de recuerdos… quisiera superar alguna vez esa calamidad, aún hasta el día de hoy no he podido hacerlo ¿saben?... Quisiera sentir de nuevo la paz….
Quisiera… quisiera esconderte en el olvido, tan difícil es mi pena… delirio y mezcla de hastío…
Quisiera… tan sólo quisiera recuperar mi niñez de la forma más sencilla posible… quisiera que mi padre estuviese aquí, conmigo, cumpliendo la promesa que hizo aquel día.
Quisiera… Yo quisiera poder salir de este precipicio sin fondo, cada vez que doy un paso hacia arriba vuelvo a hundirme de nuevo.
Quisiera… quisiera, pero es tan largo este encierro, confinarte en el pasado por los siglos de los siglos… Yo quisiera…

Los días transcurrían mientras yo continuaba divagando en soledad, no sé exactamente como describir esa sensación, era algo como querer arrancarte la piel porque sientes que la suciedad te ha invadido y no se desprende con nada, y que cada herramienta que uses para quitarte la inmundicia debería ser quemada después por el simple hecho de hacer contacto contigo, no importa cuántas veces te bañes, te restriegues, siempre te sentirás asquienta.
Cada día que pasaba en la casa de Marcela, me sentía ida en mis pensamientos, siempre mirando al horizonte, las demás mucamas lo notaban pero ninguna decía nada, todas habíamos pasado por lo mismo pero nadie hablaba al respecto, Marcela me dirigía una que otra palabra, siempre era yo quien trataba de evitarla, ella solo sonreía de esa manera tan sarcástica que te hacia hervir la sangre, mientras su tierna mirada decía lo contrario de su sonrisa, ¡como detesté a esa mujer! Quería irme, lejos de allí, pero ¿A dónde? Además ¿Sería inteligente huir así por así de Marcela? En ese momento no lo era.
A nosotros los mortales no nos alcanza la vida para amar en lo más alto y soportar la caída…
Realmente no fue fácil vivir así, suponiendo que se le pueda llamar a eso: vida; pero lo que si estaba segura, es que encontraría la forma de hacerlo, no tenía idea como, pero lo haría, y ¿saben qué? Mi oportunidad llegó.
Eran unos franceses que vinieron, supuestamente buscando a Marcela, pero obviamente querían una trabajadora sexual para esa noche, y me ofrecí, ustedes dirán ¿pero te volviste loca? Pues no, simplemente lo reconocí, reconocí a uno de esos “franceses” era aquel hombre que me gritaba cuando estaba durmiendo en su jardín, lugar en el que pasé la noche en aquellos matorrales, estaba segura que era él, nunca olvidaba un rostro, pero por supuesto él no tenía idea de quien era yo, mejor así, aunque no apoyaba su perversión de buscar niñitas para satisfacer sus deseos sexuales, agradecí la oportunidad de huir con él, pero esta vez no me quedaría cerca, no con Marcela merodeando.
-      Con gusto lo atenderé mi rey – le dije mientras trataba de esbozar en mi rostro, lo más parecido a una sonrisa.

Me llevó en su auto, era gris, un tanto plateado, no sé qué modelo era, simplemente nos fuimos.
-      ¿A dónde iremos? – pregunté con un tono de picardía
-      A un hotel, desde luego – respondió – Te va a encantar.
-      Lo que tú digas amor.
Traté de ser lo más complaciente posible, lo miraba y miraba, y me daba la impresión de haberlo conocido antes, y no me refería al momento aquel cuando salió persiguiéndome y gritándome para que me fuese de su jardín, sino que me resultaba familiar de otra ocasión.
Llegamos al hotel, rentó una habitación y ya dentro de ella abrió una copa de champagne, sus gustos eran exquisitos, eso no lo puedo negar.
-      Te prometo que la pasarás estupendo – decía mientras me servía una copa.
-      No deberías prometer tanto mi rey – le dije mientras le quitaba la botella – déjame servirte a ti.
Comenzamos prometiendo, terminamos incumpliendo, nos da miedo enamorarnos, le tememos a otro intento.

En un instante me llevó a la cama, quise que todo se detuviese por un momento, pero era inevitable, comenzó a desvestirme y lo detuve.
-      Despacio, tenemos toda la noche – le susurré al oído.
Maldito depredador, pervertido, hijo de… ¿Cómo se atrevía a meterse con una menor de edad? – pensaba yo, pero simplemente esperé a que el efecto pasara y… pasó, el muy bastardo cayó rendido, mi truco había funcionado, mientras le servía su trago eché una dosis de somnífero que llevaba en mi pulsera, y sin darse cuenta la bebió.
Tomé su billetera, y todo el dinero que había en él, “Alejandro Ibáñez” decía su identificación, no me sonaba nada ese nombre pero me seguía pareciendo conocido su rostro, en fin, salí… muy normal, para no levantar sospechas, mirando al recepcionista con mucha naturalidad y lanzándole un guiño de ojo al salir, y él respondiendo con su mirada de “¿tan rápido fue todo?” mirada épica. Entré a su carro y me fui.
No sabía dónde estaba ni a donde iba, simplemente seguí algunas señales de tránsito que me indicaban donde quedaba la estación más cercana. Llegué a una, compré un ticket de autobús rumbo a… no recuerdo a donde fui, pero sé que quedaba a miles de kilómetros, ya que fueron como ocho horas de viaje, pagué en efectivo desde luego, no quería ser encontrada ni por él, ni por Marcela, ni por nadie.

Ya en otra ciudad me dispuse a alquilar una habitación, lo más sencilla posible, tenía suficiente dinero pero sabía que no duraría mucho, necesitaba encontrar un empleo. Nuevamente me inundaban mis pensamientos ¿Le haré falta a alguien? ¿A quién? ¿Pasaría el resto de mi vida huyendo? Quisiera tener las respuestas, pero no me hacía falta saberlo, simplemente porque no le hacía falta a nadie.



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