viernes, 17 de abril de 2015

CAP 04 - QUISIERA


Cuando entré a su casa realmente me sentí en un Palacio Real, era una enorme Mansión de cuatro pisos, con una sala de diez metros de ancho aproximadamente, me quedé atónita ante tal obra espectacular, unas paredes de marfil, o al menos ese fue el color que percibí con unas cortinas color bronce que hacían buen contraste.
-      Ponte cómoda niña…
-      Ernestina – le dije de inmediato – me llamo Ernestina.
-      Mi cielo, si vas a trabajar aquí tendrás que cambiarte ese horrible nombre – decía la muy creída, en tono sarcástico.
-      Muy bien ¿y cual me sugieres?
-      Ya veremos – susurraba mientras subía las escaleras
-      ¡Espere madame! – le grité ante los primeros escalones – ¿Cómo se llama Usted?
-      Marcela, sólo dime Marcela.

Había algo en ella que obviamente no me gustaba, tenía una mirada de pocos amigos pero su sonrisa insinuaba: “eres bienvenida”… ¡Qué extraña mujer! Claro, tendría que serlo para aceptar en su casa a una completa extraña, y para colmo, de la calle.
Al poco tiempo bajó, con un vestido ceñido al cuerpo y un abrigo de pieles, no sé si real o sintético, probablemente piel de verdad con lo lujosa que era… Pero en fin, me ofreció algo de beber y acepté.
-      Entonces ¿De qué quiere que trabaje? – le dije de una vez, sin rodeos.
-      ¿Qué sabes hacer?
-      Sé lavar, cocinar, limpiar y lo que no sepa lo puedo aprender de inmediato.
-      Me gusta esa actitud, es lo que necesito – respondió mientras se levantaba e iba al otro salón – Sígueme – dijo suavemente con esa mirada penetrante que era camuflajeada por la tierna sonrisa que te hacía olvidar de sus ojos tétricos.
Entramos a una especie de salón bar, ella pidió una bebida para ella y otra para mí. Algo me decía que tenía que salir de allí, pero no lo hice, un presentimiento me decía que no andaba en caminos legales, era de esperarse ya que me ofreció alcohol, pero aun así quise quedarme ¿Por qué? Hasta el día de hoy sigo haciéndome esa pregunta y no he conseguido respuesta coherente para eso.

Quise lavar tu recuerdo como si fuera un abrigo, me lo he puesto tantas veces para cubrirme el vacío…

Después de todo ya había estado en drogas, en la miseria, incluso en la basura ¿Se podía caer más bajo?... irónico fue que sí, pude bajar más aún, y de la peor manera que puedas experimentar, la manera más cruel y sanguinaria  que pueda llegar el ser humano. Marcela fue el comienzo de mi perdición, el inicio de mi hundimiento, el abismo más hondo en el que he llegado.
Solo pensaba en mi padre, como me hablaba de la vida, de las reglas del mundo, de los sueños y los fracasos mientras yo dormía en su pecho…“el mundo puede ser injusto y cruel, pero también la vida es tan bella como tú la quieras ver”… recordaba esas palabras en ese preciso momento que me encontraba en el fondo del abismo más lúgubre.

Porque mi piel se está ajando, me está curtiendo este frio, Sigo solo y estoy flaco, Sigo solo… pero vivo…

¿Vivo? No, para nada estaba viviendo. Disculpen, creo que me adelanté un poco, no les he dicho aun cómo llegué al peor de mis infiernos.
Pasé varios días allí, trabajando primero de mucama, arreglaba cada habitación y no me importaba, aunque claro está pues no era la única, había otras muchachas de servicio igual que yo, así que obviamente no me tocaban todos los cuartos a mi sola.

Llegaban varios hombres de visita, Marcela los llamaba clientes, yo suponía que venían a comprarle drogas o algunas sustancias que era obvio que se comercializaba allí, porque sinceramente Marcela no era tan sociable como para recibir tantas visitas, y menos casi todas del sexo masculino.
Recuerdo que mientras limpiaba las habitaciones, revisaba cada recoveco en busca de alguna sustancia o estupefaciente, no podía creer que en toda la mansión no había huellas o residuos de alguna droga, buscaba y buscaba en vano, Marcela era muy cuidadosa en eso, supongo que estaba preparada para cuando la policía llegase a revisar todo el lugar – bien por ella – decía yo ¡Qué  ingenua fui! Debía haberlo sabido cuando todos esos tipos, supuestos clientes me miraban y luego a las otras mucamas de manera lasciva.

Fue entonces cuando ocurrió lo más vil… Marcela me invitó a salir con ella, para hacer unas compras “supuestamente” del área de limpieza, recuerdo que mientras íbamos en el auto, bebía un sorbo de un vino que tenía, algo destilado pero sin azúcar, sí, lo sé, ya estaba consumiendo licor y aun no alcanzaba la mayoría de edad, pero eso ya no importaba, muchas reglas había roto, por la fuerza o por voluntad propia, desde luego sabía espantoso y tenía algo más ya que no recuerdo que pasó los siguientes minutos, simplemente… perdí el conocimiento.
Cuando desperté no sabía qué hora era, veía todo oscuro, balbuceé algunas palabras, y me di cuenta que estaba en una habitación amarillosa, o al menos de paredes amarillas, de luz tenue, y un hombre hablaba con una mujer a lo lejos, pude reconocer la voz de la mujer, era Marcela.
-      ¿Estás segura que es virgen? – preguntaba el misterioso hombre.
-      Por supuesto, puedes verificarlo.
Y luego se acercaba a mí, pude constatar que se refería a mí, no podía creer lo que estaba pasando, o mejor dicho, lo que estaba a punto de pasar, no quería ni imaginármelo pero cada vez que se acercaba y olía en su aliento ese alcohol barato, supe que lo inevitable estaba por llegar, quería correr… quería gritar… yo solo… quería desaparecer, pero ninguna de esas cosas pude lograr, de alguna forma estaba tan dopada que apenas y tenía conciencia de lo que ocurría ¡cómo me hubiese gustado estar inconsciente! Simplemente no tomar en cuenta el acontecimiento más vil y denigrante que puede sufrir una persona, especialmente una mujer y… en el peor de los casos como me ocurrió, una niña… yo era una niña… quince años de edad era lo que tenía, casi dieciséis, y sí, fui violada, en todo el sentido de la palabra.
Ahora entendía el “verdadero” trabajo de Marcela, la fuente de su dinero, de su riqueza no era precisamente la venta y contrabando de drogas como había pensado, solo era una proxeneta más que reclutaba jovencitas para venderlas al mayor postor, y desgraciadamente ya era muy tarde para salirme de ese mundo… experiencias como esas te marcan para siempre, no existe poder alguno, ni psicológico, ni médico que cure esas heridas, mucho menos se pueden eliminar esas escenas de tu mente.

Quisiera… quisiera cambiar de piel, cambiar de recuerdos… quisiera superar alguna vez esa calamidad, aún hasta el día de hoy no he podido hacerlo ¿saben?... Quisiera sentir de nuevo la paz….
Quisiera… quisiera esconderte en el olvido, tan difícil es mi pena… delirio y mezcla de hastío…
Quisiera… tan sólo quisiera recuperar mi niñez de la forma más sencilla posible… quisiera que mi padre estuviese aquí, conmigo, cumpliendo la promesa que hizo aquel día.
Quisiera… Yo quisiera poder salir de este precipicio sin fondo, cada vez que doy un paso hacia arriba vuelvo a hundirme de nuevo.
Quisiera… quisiera, pero es tan largo este encierro, confinarte en el pasado por los siglos de los siglos… Yo quisiera…

Los días transcurrían mientras yo continuaba divagando en soledad, no sé exactamente como describir esa sensación, era algo como querer arrancarte la piel porque sientes que la suciedad te ha invadido y no se desprende con nada, y que cada herramienta que uses para quitarte la inmundicia debería ser quemada después por el simple hecho de hacer contacto contigo, no importa cuántas veces te bañes, te restriegues, siempre te sentirás asquienta.
Cada día que pasaba en la casa de Marcela, me sentía ida en mis pensamientos, siempre mirando al horizonte, las demás mucamas lo notaban pero ninguna decía nada, todas habíamos pasado por lo mismo pero nadie hablaba al respecto, Marcela me dirigía una que otra palabra, siempre era yo quien trataba de evitarla, ella solo sonreía de esa manera tan sarcástica que te hacia hervir la sangre, mientras su tierna mirada decía lo contrario de su sonrisa, ¡como detesté a esa mujer! Quería irme, lejos de allí, pero ¿A dónde? Además ¿Sería inteligente huir así por así de Marcela? En ese momento no lo era.
A nosotros los mortales no nos alcanza la vida para amar en lo más alto y soportar la caída…
Realmente no fue fácil vivir así, suponiendo que se le pueda llamar a eso: vida; pero lo que si estaba segura, es que encontraría la forma de hacerlo, no tenía idea como, pero lo haría, y ¿saben qué? Mi oportunidad llegó.
Eran unos franceses que vinieron, supuestamente buscando a Marcela, pero obviamente querían una trabajadora sexual para esa noche, y me ofrecí, ustedes dirán ¿pero te volviste loca? Pues no, simplemente lo reconocí, reconocí a uno de esos “franceses” era aquel hombre que me gritaba cuando estaba durmiendo en su jardín, lugar en el que pasé la noche en aquellos matorrales, estaba segura que era él, nunca olvidaba un rostro, pero por supuesto él no tenía idea de quien era yo, mejor así, aunque no apoyaba su perversión de buscar niñitas para satisfacer sus deseos sexuales, agradecí la oportunidad de huir con él, pero esta vez no me quedaría cerca, no con Marcela merodeando.
-      Con gusto lo atenderé mi rey – le dije mientras trataba de esbozar en mi rostro, lo más parecido a una sonrisa.

Me llevó en su auto, era gris, un tanto plateado, no sé qué modelo era, simplemente nos fuimos.
-      ¿A dónde iremos? – pregunté con un tono de picardía
-      A un hotel, desde luego – respondió – Te va a encantar.
-      Lo que tú digas amor.
Traté de ser lo más complaciente posible, lo miraba y miraba, y me daba la impresión de haberlo conocido antes, y no me refería al momento aquel cuando salió persiguiéndome y gritándome para que me fuese de su jardín, sino que me resultaba familiar de otra ocasión.
Llegamos al hotel, rentó una habitación y ya dentro de ella abrió una copa de champagne, sus gustos eran exquisitos, eso no lo puedo negar.
-      Te prometo que la pasarás estupendo – decía mientras me servía una copa.
-      No deberías prometer tanto mi rey – le dije mientras le quitaba la botella – déjame servirte a ti.
Comenzamos prometiendo, terminamos incumpliendo, nos da miedo enamorarnos, le tememos a otro intento.

En un instante me llevó a la cama, quise que todo se detuviese por un momento, pero era inevitable, comenzó a desvestirme y lo detuve.
-      Despacio, tenemos toda la noche – le susurré al oído.
Maldito depredador, pervertido, hijo de… ¿Cómo se atrevía a meterse con una menor de edad? – pensaba yo, pero simplemente esperé a que el efecto pasara y… pasó, el muy bastardo cayó rendido, mi truco había funcionado, mientras le servía su trago eché una dosis de somnífero que llevaba en mi pulsera, y sin darse cuenta la bebió.
Tomé su billetera, y todo el dinero que había en él, “Alejandro Ibáñez” decía su identificación, no me sonaba nada ese nombre pero me seguía pareciendo conocido su rostro, en fin, salí… muy normal, para no levantar sospechas, mirando al recepcionista con mucha naturalidad y lanzándole un guiño de ojo al salir, y él respondiendo con su mirada de “¿tan rápido fue todo?” mirada épica. Entré a su carro y me fui.
No sabía dónde estaba ni a donde iba, simplemente seguí algunas señales de tránsito que me indicaban donde quedaba la estación más cercana. Llegué a una, compré un ticket de autobús rumbo a… no recuerdo a donde fui, pero sé que quedaba a miles de kilómetros, ya que fueron como ocho horas de viaje, pagué en efectivo desde luego, no quería ser encontrada ni por él, ni por Marcela, ni por nadie.

Ya en otra ciudad me dispuse a alquilar una habitación, lo más sencilla posible, tenía suficiente dinero pero sabía que no duraría mucho, necesitaba encontrar un empleo. Nuevamente me inundaban mis pensamientos ¿Le haré falta a alguien? ¿A quién? ¿Pasaría el resto de mi vida huyendo? Quisiera tener las respuestas, pero no me hacía falta saberlo, simplemente porque no le hacía falta a nadie.




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