Las nubes permanecían
en el cielo dando la impresión de que una lluvia se avecinaba, tenía que darme
prisa antes que me alcanzara en pleno camino, eran cinco kilómetros aproximadamente
desde la estación de tren hasta mi casa, y debía recorrerlos a pie ya que
ningún transporte pasaba por allá.
Por cierto, olvidé
mencionarles que pasaron varios años, específicamente dos desde que hui de
Marcela, estaba ya en otra ciudad totalmente urbana, difícilmente me
encontrarían aquí con más de 5 millones de habitantes y… de igual forma, tomé
el empleo de operadora de taquilla en la estación del tren, así siempre estaría
pendiente de quien llega y de quien se va de la ciudad, y en caso de aparecer
no me tomara desprevenida. Me sentía preparada.
Recuerdo que viví en
una posada humilde pero cómoda, buena calefacción y muy higiénica, no me podía
quejar, mi vida estaba empezando a dar resultados positivos.
Compartí muchos
momentos con los inquilinos, una pareja de ancianos muy tiernos y buenas
personas, se llamaban Marco y Laura, creo que tenían unos 75 años, tal vez más,
tal vez menos, realmente nunca les pregunté la edad pues se veían tan joviales.
Entre las cosas que
compartimos, o mejor dicho que ellos compartieron conmigo, estaban sus
anécdotas de cuando el Sr. Marco estaba en la marina y conoció a la Sra. Laura
en un muelle, según ellos fue amor a primera vista, demasiado cursi para mi
gusto, pero me gozaba que a pesar de los años que llevaban juntos, aún se
querían, se gustaban, se amaban.
- Pronto conocerás al hombre de tu vida – me decían.
- No lo creo – pensaba yo – no confiaré en ningún
hombre y menos dejaré que me toque, después de que uno me… bueno, ustedes ya
saben, no vale la pena recordarlo… Yo solo sonreía mientras asentía con la
cabeza.
- Tina, acompáñame un momento – recalcó el Sr. Marco
sacándome de mis pensamientos, me llamaban Tina como diminutivo de Ernestina,
era tan tierno.
Fuimos a unas laderas
que se encontraban en el patio trasero, nos sentamos bajo unos árboles, lo noté
extraño, sabía que algo no andaba bien. Me dijo que debía irse por un tiempo ya
que su familia lo necesitaba y no podía llevarse a Laura porque sufría del
corazón o algo así y un viaje largo podía hacerle daño, al parecer alguien de
su familia había fallecido y le habían dejado una herencia, cosa que me pareció
absurda pues ¿Quién le dejaría una herencia a alguien anciano que también le
falta poco para vivir? Me hablaba de muchas cosas pero mi mente ya no estaba
allí, de inmediato comencé a extrañarle, se había convertido en mi segundo
padre y… realmente empecé a recordar a mi verdadero padre, cuanto extrañaba sus
abrazos y sobre todo cuanto me dolió verlo partir.
No te
esfuerces por buscar alguna excusa, sé bien que tienes que partir…
Era esa frase la que
pasaba por mi mente, esas palabras que le dije a mi padre llena de rabia y
coraje, simplemente porque no entendía lo que pasaba, aun así, ningún niño
debería experimentar eso, alejarse de sus padres para siempre…
Tanta
prisa por llegar tienes ahora hasta el sitio donde esperan ya por ti…
Probablemente esa no
era la historia completa o al menos no la verdadera, pero apenas oí que se
tenía que ir mi mente se despegó de la realidad y eso fue lo que mi
subconsciente recuerda, ¿saben qué? olviden lo de la herencia pues tal vez no
sea cierto, realmente no recuerdo el por qué se iba, pero eso es lo de menos,
fue lo que se me ocurrió… y como ven, soy malísima inventando historias…
debería prestar más atención ¿verdad? Pero si les diré lo que recuerdo, fue la
última vez que vi al Sr. Marco, no sé si aún siga vivo, han pasado muchos años
ya, pero lo que sí sé es que la Sra. Laura quedó destrozada, trataba de
disimularlo pero se le notaba a leguas la tristeza, y no era para menos, su
compañero de vida ya no estaba, la primera pareja estable con quien había
tenido acercamiento ahora se separaban y por ellos reviví momentos tristes de
mi pasado.
Eso sí, apoyé lo más
que pude a la Sra. Laura, le daba dinero cuando debía pagar alguna factura,
obviamente pagando mi renta a tiempo pero solo habíamos cuatro huéspedes y no
bastaba con eso.
Los días pasaban y el
ánimo cada vez se tornaba más débil, cada mes recibíamos una carta del Sr.
Marco, supongo que él nunca aprendió a usar los emails, pero aun así era
gratificante ver el rostro de la Sra. Laura cuando leía noticias de él, nunca
me decía de que se trataban las cartas pero ese brillo en sus ojos mientras
esbozaba una sonrisa me era suficiente, sentía que era feliz nuevamente aunque
fuese por un instante, solo por unos minutos.
Te
agradezco los momentos que me diste, no hace falta que te diga nada más, las
palabras que tenía yo guardadas seguirán por mucho tiempo solo en mí…
Nuevamente me hacía
recordar cuan feliz era yo con mi padre, cuan alegres eran los días sin importar
como la hayamos pasado y que solo con verlo, con jugar con él, era suficiente
para mí. En una de esas cartas, la Sra. Laura recibió un anillo y desde entonces
no paraba de lucirlo, se lo probaba en todos los dedos de ambas manos, era lo
más cercano que tenia de su amado esposo, no era muy valioso pues se veía de
segunda mano, recuerdo que tenía la letra “E” incrustada, no quise preguntarle qué
significaba, pues no son las iniciales de ninguno de los dos, ni de sus nombres
ni sus apellidos, supuse que era algo privado entre ellos.
Podía decir que esos
meses fueron buenos a pesar de la distancia, no entendía como me afectaba tanto
su distanciamiento, supongo que me seguía recordando mi soledad, que cada vez
se amoldaba más a mi inhóspita alma.
El tiempo transcurría
y su soledad la hacía mía, me desconectaba del mundo en mis pensamientos
mientras caminaba cerca de los carriles de la estación, iba algo distraída,
cuando de repente escuché una voz que me paralizó.
La voz que deseaba
nunca volver a oír llegó de nuevo, una voz peor que la de Marcela.
- Nos volvemos a ver – dijo… y de inmediato un
escalofrío recorrió mi cuerpo, desde la frente hasta mis pies.
- … *no podía
moverme*
- ¿No me vas a saludar?
- *mi voz no
salía*
- Vamos, dime algo – insistía.
Después de unos
segundos, reaccioné y lo primero que hice fue mover mis pies y tratar de huir,
sabía que era absurdo hacerlo pero aun así debía intentarlo, fue en vano… me
atrapó, quise gritar para atraer la atención de alguien ¿Por qué tuve que tomar
el carril menos transitado? Perdí la noción del tiempo, todo se nubló
repentinamente, no podía creerlo, mi peor pesadilla se volvía a repetir.
- ¡Dios mío! – exclamé – ¡ayúdame!
Y todo alrededor se
volvió negro.
No sé cuánto tiempo
estuve inconsciente, pero nuevamente reviví aquel desasosiego cuando fui
violada y… un deja vu… el mismo
hombre, su misma voz, su mismo olor repugnante estaba de nuevo frente a mí,
creo que ese recuerdo jamás se me borrará de la memoria, ha pasado tanto tiempo
y aún sigue latente en mi ser y… disculpen, me desvié del tema.
- Tienes algo que me pertenece – murmuraba mientras
se me acercaba.
- ¿Dónde estoy?
- En un lugar tranquilo, donde podamos hablar en paz.
- ¿Hablar? No quieres hablar, solo quieres…
- Shht, no esta vez, te prometo que no haré nada sin
tu consentimiento.
- ¿Acaso me crees tan estúpida como para creerte?
- Precisamente, porque sé que no eres estúpida,
cooperarás.
- Te llevaste todo de mi, hijo de…
- Cuida tu lenguaje jovencita.
- No me interesa nada, ya no tienes como
chantajearme.
- Yo no estaría tan seguro – su voz se tornaba más fría
y escalofriante, era como escuchar una serpiente hablar – la pasaremos rico y
no tendré que obligarte a nada.
- Sobre mi cadáver – trataba de ser firme pero por
dentro me temblaban los órganos.
- Eres la mejor virgen que he conocido, y mira que
he estado con muchas, pero tú tienes algo que no he podido olvidar, obviamente
ya no lo eres pero aún así te tengo presente mi linda, te has quedado en mi
memoria y por eso debía buscarte de nuevo.
Él hablaba y la
sangre me hervía por dentro, mis puños se contraían más y más mientras mantenía
la mirada fija pero fulminante en él, mi pulso se aceleraba, mi respiración
crecía y solo tenía una sola cosa en mente: Abofetearlo en la cara, pero con
una silla de madera con clavos incrustados y recién calentados…
- Cierra la boca pedazo de… – fue lo único que logré
pronunciar mientras me abalanzaba sobre él, a lo que me detuvo, desde luego era
más fuerte que yo.
- Si tenemos sexo, será solo porque tú lo aceptes mi
linda, ya te lo he dicho – decía con ese susurro de serpiente.
- No estés tan seguro, mejor me matas de una vez,
porque no pienso tocarte ni siquiera respirar tu aliento.
Volvió a sonreír, esta
vez malévolamente, se rascaba el mentón mientras sacaba algo de la gaveta, un
arma – pensé primero – pero no lo era, era algo más pequeño que cabía en su
palma cerrada, la extendió hacia mí y al abrir su mano pude ver en ella un
objeto brillante, un destello salió reflejando el bombillo de la habitación,
era una sortija, pero no cualquier sortija, era una con la letra “E” incrustada
en él.
Ahora comprendía
todo, su seguridad en que haría lo que fuese para satisfacer sus perversiones
lascivas se basaba en que tenía la sortija de la Sra. Laura y eso significaba
solo una cosa: también la tenía prisionera, o al menos bajo su vigilancia y
control. Mis ojos se abrían y mi mente se bloqueaba pensando mil y unas
situaciones en que se pudiese encontrar la Sra. Laura en esos momentos, desde
luego ninguna sería buena, y en todas correría un gran peligro.
- ¿Qué le hiciste? – fue lo que alcancé a decir.
- Ella está bien por ahora, si cooperas lo seguirá
estando.
- ¡Maldito!
No podía creerlo, lo
había logrado otra vez, tenerme en sus redes sin poder escapar, pero esta vez
sin doparme, sin amarrarme, y eso… eso señores, era más terrible todavía, la
bajeza en la que tu mente puede llegar no se compara con el desgarre que tu ser
pueda atravesar, cuando lo poco que te queda de dignidad es machacada con
fuerza y poderío… y allí, en ese sin fin de dudas y oscuridad volví a ser
objeto de la más vil humillación de todas. No hace falta que describa esos
momentos, sé que nunca podré borrarlos de mi mente, pero tampoco deseo
revivirlos, así que sólo les contaré eso. Fui violada de nuevo y esta vez no
pude defenderme.
Justo después,
mientras él se vestía, se me acercó dándome la sortija.
- Es tuya – me susurró – la vieja ya no la
necesitará.
- No, NO!!! Noooo! ¿Qué le hiciste?
- Ella no quiso cooperar como tú, y tuve que
eliminarla.
La puerta se abrió y
unos hombres entraron con una mujer inconsciente, era ella, era la Sra. Laura,
inerte, con la piel pálida, no hacía falta tocarla, se veía fría, sin vida.
- ¡Desgraciado! – grité a todo pulmón - ¿Por qué?
Ella no tenía nada que ver en esto.
- Era la única manera de hacer que colaboraras mi
linda.
Lo abofeteé con ganas,
esta vez logré implantar la palma de mi mano fuertemente en su asquerosa
mejilla tanto así que me dolió, sus hombres se me acercaron como queriendo
agredirme, pero él los detuvo.
- Déjenla ir – les dijo – ya tiene lo que se merece,
el destino trazó su camino – fueron sus últimas palabras antes de retirarse,
palabras que se quedaron en mi cabeza… Destino ¿Qué era el destino? ¿acaso
existía? Simplemente no le hacía falta a ningún destino.
Yo no
te hago falta, eso ya lo sé, ni ahora ni mañana… siempre ha sido así…
Solo logré tocar el
cabello del cuerpo de la Sra. Laura, estaba muy fría, pero no tenía ningún
rasguño, no fue torturada, al menos no físicamente.
- Lo siento mucho – le susurré mientras la abrazaba
y lágrimas caían por mi rostro y goteaban en el suyo – de verdad lo siento.
Tuve que irme de
prisa, no quería verme involucrada cuando descubriesen el cadáver, pero ¿Cómo
saldría de allí? Ni siquiera sabía dónde estaba, solo caminé hasta llegar a un
pasillo con paredes altas y solitarias que daba a la calle, sentía que me iba a
desmayar, ya no podía regresar a la posada, y al parecer tampoco me serviría
seguir huyendo a otra ciudad, mi mente daba vueltas, quería llorar, gritar,
golpear algo, las piernas ya no me daban, me sentí muerta en vida sin ninguna
razón para seguir respirando, solo quedaba una salida.
Busco
una salida, yo no sé qué hacer, estoy desesperada, voy a enloquecer…
Caminaba sin sentido
alguno pues perdí la noción del tiempo y la dirección, simplemente me derrumbé,
caí a un suelo que estaba muy húmedo pero no quise ver por qué lo era, solo me
dejé caer y lloré, lloré como no tienen idea, como nunca había llorado en toda mi
vida, hecha añicos por dentro sentía como si filosos vidrios cortantes
intentaran salir por ni boca y mis ojos… me sentí destruida, desechada, incapaz
de continuar, aquella esperanza que tanto había guardado ya no existía, dicen
que la esperanza es lo último que se pierde, es cierto pero… al fin y al cabo…
se pierde, y cuando eso sucede, ya no queda nada más.
Unas horas después me
levanté, ya era de noche, creo que de madrugada porque no veía mucho movimiento
en las calles, y esa fue mi oportunidad perfecta, si bien es cierto que la
ciudad era conocida por un gran rio, caudaloso y regio, y un majestuoso puente
que lo atravesaba completamente, por lo que me dirigí allí y sin titubear me
subí en su barandal, al fin seria libre, era una sensación extraordinaria, el
viento en mi rostro me daba paz pero los recuerdos me causaban desgracia, ¿suicidarme
sería una buena alternativa? Tal vez no, por eso dudé en hacerlo. Una persona a
quien tanto apreciaba había muerto por mi culpa, no quería imaginar cuando el
Sr. Marco enviara su próxima carta sin recibir respuesta, cuando regresara de
nuevo a ver a su amada y ella ya no… no quería sentir eso, no quería
presenciarlo, abrí los ojos y miré hacia abajo, eran muchos metros de altura, “probablemente
la caída me mate y acabe con el dolor” – me decía a mí misma – “o simplemente
me ahogue en esas corrientes traicioneras”, recordé todas esas personas que se
habían quitado la vida y yo les había tildado de cobardes, pero ahora…
comprendí que era el acto más valiente que pudiesen cometer, nuevamente pensé
en mi padre, quise que fuese el último recuerdo de mi mente, pero me dio más
coraje y rabia pensar en él, por su abandono es que yo había llegado a esto,
pero si ya iba a morir entonces debía perdonarlo, como me costaba hacerlo, solo
miré al cielo, cerré los ojos y pensé: Dios, si aún estás allí, si de verdad
existes… te perdono ¿me oíste? No quiero tu perdón, pues fuiste tú quien se
olvidó de mí, pero aquí me tienes, esperando una respuesta tuya y por eso… te
perdono.
Yo no
te hago falta ni antes ni después, tú no sientes nada, es triste saber…
Abrí mis
brazos y me lancé.
Sentía como el viento rozaba mi pecho, como acariciaba
mi rostro mientras el cabello ondeaba lindante sobre mis hombros al mismo
tiempo que descendía a toda velocidad, hasta que me hundí en las vastas aguas
del río… – “la caída no me mató” – fue lo que pensé – “simplemente dejaré de
luchar” – y allí sumergida recordé que había faltado a mi palabra, tanto que me
había esforzado en sobrevivir y ahora… mi respiración se hacía cada vez más leve,
más difícil – “ya no respires” – era lo que pasaba por mi mente, es
indescriptible ese momento cuando sientes que la vida misma se te está yendo y
ya no puedes volver atrás, sin embargo mi cerebro solo pronunciaba una palabra: ¡Respira!
...
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