Todas estas
líneas que marcan mi rostro te cuentan la historia de quien soy, tantas
historias de donde he estado y de cómo llegué a donde estoy, pero esas
historias no significan nada cuando no tienes a nadie a quien contárselas, es
verdad…
Y aquí me encuentro,
hundida en este mar desolado de pensamientos y sentimientos que no sé cómo
expresar, ¿esperando encontrar qué? Ni yo misma sé lo que anhelo encontrar, ¿La
esperanza? ¿El dolor? ¿El perdón?, tantas cosas que deseo encontrar y tantas
otras que he dejado atrás, mi padre, Camila, Fernando, a todos, y ¿Para qué? ¿Para
seguir cayendo? No, no lo acepto, no de esta forma… yo…
Oh… lo siento, que
maleducada soy, olvidé presentarme, Me llamo Ernestina, si, lo sé, que nombre
tan feo y poco femenino ¿verdad? Eso díganselo a mi madre, ella fue la que tuvo
la brillante idea, ojalá tuviese más recuerdos de ella, pero murió cuando tenía
tres años, así que técnicamente nunca la conocí, nací un 13 de marzo a las diez
de la mañana, mi padre me contó que ese día llovía a cántaros pero justo a las
diez, dejó de llover y salió el sol, – las cosas que dicen los padres para
hacerte sentir especial – pero en fin, fueron gratos recuerdos, yo diría que mi
infancia fue la mejor, crecí en un pueblo llamado Paraíso, al suroeste del
país, nombre genial ¿verdad? Pero más que todo se lo pusieron para atraer
turistas, la única actividad económica, aparte del turismo, es la agricultura,
eso sí, tiene jardines espectaculares y un maravilloso río refrescante y
sabroso, me encantaba darme un chapuzón allí, después de todo tenía un pedazo
de paraíso, al menos así estaba la última vez que lo vi.
Como les decía…
Siempre estaba
dispuesta a conocer más, mi padre me decía que nunca debía conformarme con lo
que otros me dijeren, que debía ver por mi propia cuenta, pensé que se refería
a investigar y aprender, pero ahora sé que se refería a algo más que eso.
Llegué a desarrollar
mi imaginación al máximo, mis amigos y yo jugábamos infinidades de cosas, Fui
emperatriz del Reino Medieval, Conocí una tribu ovo-lácteo-vegetariana en
África, Me robé las joyas de la Reina de Inglaterra, Conocí a los dioses del
Olimpo, Viajé al Espacio exterior en busca de una roca intergaláctica…
Escalé las
montañas más altas, Nadé a través de todo el océano azul, Crucé todas las
fronteras, Rompí todas las reglas…
Cada momento que
vivía me demostraba que había un ser supremo que me regalaba tanta felicidad,
que ingenua fui ¿verdad?, aun creía que existía un Dios así, ojalá todo hubiera
quedado allí, ojalá nunca hubiese despertado a la realidad, ojalá nunca hubiese
llegado el Sr Azores.
El Sr Azores era
amigo de mi padre, o eso creía yo, pues resultó ser un traidor que nos embaucó
y nos dejó en la calle, verán, mi padre trabajaba de operador de máquinas, para
mantener y extender los sembradíos de café, que se daban mucho allí, al igual
que el plátano, allá en Paraíso de Chabasquén… Por cierto, ese es el nombre
completo del pueblo, no les quería decir porque, aparte de que no tengo idea de
que significa Chabasquén, sonaba mejor llamarlo simplemente Paraíso, como
siempre lo llamé yo… Pero en fin, mi padre trabajaba en la producción de café y
este Azores le propuso invertir en unas nuevas maquinarias provenientes de la
capital, y así sin asesoramiento ni nada compraron dichas máquinas súper caras
que apenas funcionaron unos meses, ya dañadas y sin garantía hubo que pagarlas
teniendo que hipotecar la casa y más tarde perdiéndola. Allí comenzó mi
calvario.
En
menos de un año me encontraba en otra ciudad, viviendo con unos tíos, mientras
mi padre trataba de sobrevivir con un empleo de poco salario, recuerdo cuando
dejé mi amado Paraíso, aquellos valles, esas colinas, el riachuelo, hasta el
obelisco de la plaza, ¡cuanto lo extrañaría! se me partía el alma dejar el
hogar que por diez años me había amparado, ya comenzaba a desvanecerme, la
verdad nunca tuve hermanos con quien desahogarme, nunca tuve a nadie con quien
hablar, solo éramos mi padre y yo… Hasta ahora.
Los días pasaron y el
caos reinó, recuerdo que mis tíos trabajaban siempre y muy pocas veces estaban
en casa, prácticamente estaba sola, en la escuela nada importaba, mis notas
iban de mal en peor, y decisión tras decisión sentía como me iba a pique igual
que una estrella fugaz, que corre a toda velocidad mientras se desvanece en la
atmósfera, y fue así cuando conocí a Johan, el hippie del salón, nos saltábamos
las clases y nos íbamos a cualquier lugar a fumar mientras veíamos las
estrellas en el firmamento, mi primer cigarrillo… fue espantoso, sentía que mis
fosas nasales se consumían al mismo tiempo que mis amígdalas, quería vomitar
pero el humo no me dejaba, cada día seguía en la misma rutina, llegó un momento
en que ya no me sofocaba, todo lo contrario, el humo del cigarrillo me daba paz
y regocijo, pero luego comenzó a poseerme, la adicción ya estaba comenzando, lo
sabía, nunca pensé que pudiera descontrolarme tanto, realmente quería dejarlo,
pero… ¿Qué haría después? Yo ahí sola, sin nadie a quien recurrir, al menos Johan
me escuchaba, me entendía.
Al cumplir los doce, solo
recibí una tarjeta de mis tíos y una llamada de mi padre, esa vez lo sentí
diferente, distante, no era el mismo cuando hablé con él, fue la última vez y…
ni siquiera fue en persona.
- Tendrás que seguir un tiempo más con tus tíos – me
decía por teléfono
- ¿Un tiempo más? ¿de cuánto estamos hablando papá?
- No lo sé, las cosas… las cosas no van bien y yo…
sabes que te amo ¿verdad? Solo quiero… solo quiero lo mejor para…para ti…
- Ya basta ¿si? Ya no soy una niña, si estás metido
en problemas al menos ten la decencia de contármelo
- No es así de fácil, ojalá y pudiese decírtelo, te
prometo que algún día te lo contaré.
- ¡Mejor deja de prometer cosas que jamás cumplirás!!!
Y colgué…
No
volví a hablar con él, y no volvió a llamar.
Sentí que por primera
vez mi mundo se derrumbaba, la esperanza se desvanecía, ya no tenía sentido
seguir así, por lo que tiempo después, hui de casa de mis tíos, sin rumbo fijo,
solo con mi mochila al hombro guardando recuerdos e ilusiones, tan solo contaba
con una cajeta de cigarrillos, un par de ropa, unos panecillos y golosinas y
muy poco dinero en los bolsillos. Me tocó pasar la noche en una vieja plaza, no
conocía a nadie y tuve que pelearme con un mendigo para compartir la plaza, ni
siquiera sabía que entre mendigos tenían “propiedades” y que debías pedirle
permiso para estar en ellas.
Fue horrible ese
primer día, esa primera noche de soledad, nunca había llorado tanto en mi vida,
nunca había sentido tanto destierro en mi ser, tanta desolación en mi alma, pero
tenía que ser fuerte, no me daría por vencida. Tenía que hacer algo, de alguna
forma tenía que conseguir comida, como sea, por primera vez entendí a la gente
indigente, ¡Cuánto me arrepiento de no haberles dado ni una migaja cuando me lo
pidieron! Ahora yo estaba en sus zapatos, o mejor dicho en sus alpargatas* pero
¿Qué más podía hacer? No se me ocurría nada, trabajaría en lo que sea, lo que
más abundaba allí eran las tiendas de comida rápida, así que me dirigí a una.
- Lo siento, pero no tenemos vacante – me decía la
encargada. Sabía perfectamente que no era cierto, simplemente mi aspecto le repelía
- Puedo barrer, limpiar, lo que sea
- Lo siento, no necesitamos personal de limpieza, ya
tenemos
- También puedo repartir, servir de camarera, yo…
- Lo siento no estamos en busca de…
- ¿Que no sabes decir otra cosa que no sea “lo
siento”? es como medio fastidioso
- Lo sien… mira, será mejor que te marches niña,
sino llamaré a…
- Si, si, ya me voy.
Visité unos cinco o
seis lugares más ese día, ya entrada la noche sentí hambre, no podía creer que
había pasado más de 24 horas sin comer nada, estaba al borde del desespero, sentía
que las piernas ya no me daban pero si me tumbaba corría el riesgo de no
levantarme de nuevo, por eso me obligué a seguir, llegué a una especie de
restaurant, se llamaba “El Rincón del Moho” ¡qué nombre tan extraño! pero nada
perdía con probar, de inmediato un joven de unos veinte y tantos años se acercó
ofreciéndome un plato de comida.
Si antes no entendía
que era la felicidad, estaba segura que en ese momento la estaba
experimentando, era como un ángel alimentándome con un manjar celestial, ¡como
saboreé cada bocado! sentía la gloria con cada sorbo, cerraba mis ojos y
lágrimas caían por mi mejilla mientras tragaba y sonreía… y ¿saben que comida
era? Un simple plato de arroz con verduras y tostadas de plátano, pero fue el
banquete más espectacular que jamás haya probado en mi vida, lo que hace el
hambre ¿verdad? No tenía palabras como agradecerle al hombre, él me miraba
extrañado y un tanto jocoso, cuando hube acabado le di la mano y por poco se la
besé, pero él me apartó y me dijo que ya me podía ir antes que su jefe llegara,
ya que corría el riesgo de ser despedido si lo descubrían.
- Déjame trabajar aquí – le supliqué – haré lo que
sea
- ¿Sabes barrer?
- Si, lo sé
- La paga es poca pero…
- No importa
- De acuerdo, hablaré con el administrador.
Y me llevó a un salón,
una especie de baño, me indicó que me lavara y me arreglara, así lo hice, me
puse un delantal e intenté arreglarme el cabello, me di la vuelta hacia el
espejo y… no podía creerlo, cuanto tiempo había pasado desde la última vez que
me vi en un espejo, estaba tan desaliñada, tan sucia, tan irreconocible, no
podía creer que esa era yo, debía hacer algo.
Me tomé el
atrevimiento de tomar una ducha rápida, aunque me coloqué la misma ropa, el
cambio era notorio, pero el olor seguía igual, me deshice de esa ropa y me puse
la otra muda que tenía en la mochila, solo era un suéter negro con rojo ya que
usaba el mismo jean. Me presenté frente al muchacho, que por cierto no sabía su
nombre.
- Soy Ernestina – le dije mientras me arreglaba el
cabello
- Julián, mucho gusto
Comencé a sentir
admiración por él, después de todo, muy poca gente es capaz de ayudar a un
desconocido y más, darle empleo sin ninguna referencia. Si, Julián era un
ángel, mínimo un santo, podría asegurar que se convertiría en alguien muy
importante en mi vida, o eso creí en el momento.
¿Ves la
sonrisa que está en mi boca? Está escondiendo las palabras que no salen, todos
mis amigos piensan que soy afortunada, no saben que mi cabeza es un desastre,
No, no saben quién soy realmente, y menos saben por lo que he pasado, como tú…
Esta es mi historia, o mejor dicho,
así comienza mi historia. Está de más decirles que me dieron el empleo, y
estuve por unos meses trabajando en ese lugar, me quedaba a dormir allí mismo,
en el salón de atrás, muy temprano me aseaba antes que abrieran.
Cada día
era distinto, sin embargo podía alejarme de esa realidad manteniendo mi mente
ocupada en algo, era la única forma de evitar el desgarre del alma, aunque
inevitablemente, ocurría poco a poco.
Todas estas líneas que marcan mi rostro te cuentan la
historia de quien soy, tantas historias de donde he estado y de cómo llegué a
donde estoy, pero esas historias no significan nada cuando no tienes a nadie a
quien contárselas, es verdad… fui hecha para ti.
Uff!! Hace un poco de frío, pónganse cómodos mientras busco un abrigo, ¿quieren uno? Bueno, ya vuelvo, esta historia
apenas empieza, podría decir que todo iba de maravilla, sin embargo sucedió
algo que acabó con esa dicha, algo que nunca pensé que me ocurriría, y tenía
que ver precisamente con Julián a quien tanto apreciaba. Brevemente pude
cambiar el dolor por algún destello de libertad.
* Alpargata: tipo de calzado sencillo y humilde, que consta solo de una suela amarrada por cordones
...
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